sábado, 6 de septiembre de 2008

Dedicado a mi Gus-Gus

Las puyas de Raymondi, unas bromelias de casi o más de diez metros de altura. Siempre las quise conocer. Hasta el día que tuve la oportunidad de tocarlas, mirarlas y además admirarlas.


Mi hermano seguro está feliz de verlas en estas fotografías. Tomé muchas, muchas. Desde nuestro campamento fui un kilómetro arriba en bicicleta. Allí tuve que trepar un monte entre el ichu y la muña. Allí tuve que bajar a una quebrada. Allí estaban ellas, majestuosas, bien escondidas entre las montañas.


Uno de los ciclistas, el único que me acompañó, me dice: esto vale más que la pena, es impresionante. ¿Quién iba a decirlo? ¿QUién iba a pensar que unas plantas tan pequeñas en la selva pudiesen tener la altura de diez metros en los Andes?

Sabemos sólo que existen a partir de los 4 mil metros de altura y que además viven 100 años y florecen una sola vez en su vida. Bellas, muy bellas.

viernes, 5 de septiembre de 2008


Hoy alguien me pregunta a medio camino quién es Alan. Dice ver el nombre por todos lados en las carreteras, en las casas, incluso en las piedras. “¿Significa eso algo, Susana?”. Yo sonrío y digo que es el actual presidente del Perú, un tipo muy alto al que le dicen Caballo Loco. “¿Y lo hace bien?”. Hummm.... creo que sí lo está haciendo bien, todo tranquilo, sin mayor novedad, si no hay novedad quiere decir que está bien hasta ahora, les digo, pero –añado- perooooooo... ¡es su segundo mandato!, “¿Segundo mandato?, ¿tan bien lo hizo en el primero?”. Noooo... El primero de ellos fue un desastre de gobierno. ¿Por qué? El terrorismo estuvo en su mayor apogeo, también la inflación, por todos lados corrupción. “Un chicle costaba un millón de intis”, digo. Y no me creen. “¿Y así volvió a ser elegido?”. Sí, pues, no tuvimos otra opción. Después de su primer mandato entró Fujimori a la presidencia, un japonés. “¿Cómo pudo un japonés ser presidente del Perú?”. Bueno bueno, tenía nacionalidad peruana. Y este japonés consiguió calmar la situación del país, pues había mucho terrorismo y además la hiper-mega-inflación. Una cagada. “Pero cómo así salió reelegido ese tal Alan?”. Pues, el país se estabilizó económicamente en los noventa y nadie quiso en el 2006 volver a la época del terror. “¿Cómo así?”, Sí, pues, el mal menor. El otro candidato era de izquierda extrema, decía que iba a sacar a todos los blancos del país, a los homosexuales, que los Incas iban a volver a reinar, demasiado radical. “¿Y al final eligieron al tal Alan?”. Sí pues, el Perú está cada vez mejor a pesar de las trochas que has visto. El Perú va por buen camino, y no por Alan, sino por todos quienes trabajan día a día (y a otros factores que pusieron en los últimos años al país en marcha).

Cerro de Pasco, aquí vivió mi abuela, aquí sólo hay minas.
Una persona me dice: “Aquí tenemos mucha plata”. Pero miro a mi alrededor y pienso: “no se nota”. La ciudad está a 4.338 metros sobre el nivel del mar, tiene unas cuantas calles asfaltadas, el resto es tierra y mercado con muchas vendedoras de verduras frutas que traen de occidente y oriente. ¿Qué cultivan aquí, señor?, pregunto. Cobre, señorita, me dicen. Los cables eléctricos de aquí para allá cruzan las avenidas, una laguna artificial en medio de la ciudad, “ésa fue alguna vez mina” y un enorme hoyo en medio del cerro, metros más allá, con camiones que entran rodeando el hoyo hasta lo más profundo. ¿Es este el futuro del país?, me pregunto yo. Hoyos en los cerros, ciudades artificiales que alguna vez tuvieron un apogeo, pero que ahora son un cruce de identidades y recuerdos: gente con rostros de haber trabajado mucho, un ambiente pesado.
Mi abuela vivió en su niñez y la recordaba a Cerro de Pasco con mucho cariño. Siempre quiso volver. Después de muchos años regresó a Cerro de Pasco y nunca más quiso volver.
Pienso ahora en los Pasqueños. Uno se acostumbra a los olores de su tierra y también a su desorden.


Caminito de tierra, trocha, cascajo, media vuelta hacia abajo, dos kilómetros de altura en descenso, entre pueblos de adobe y techos de calamina. Ellos sobre sus pedales sin tiempo para mirar a su alrededor. La etapa es dura, quizás una de las más largas. 132 kilómetros sin asfalto hacia la ciudad de Huánuco. Cees me pregunta: “qué piensas tú de estas trochas? Ellos disfrutan, pero los pobladores cuelgan sus maíces de los techos; pocos camiones pasan por allí, algunos policías resguardan las ‘vías’ de “los posibles bandoleros”... A Cees le respondo: con trocha los pueblos aún mantienen en cierto modo sus tradiciones, pero claro no tienen desarrollo. Si hubiese asfalto, si hubiese... Ahora pienso en el comercio que podría haber en la zona y el mejor acceso a otras regiones.

Esta noche la Chevy llegó después de las bicicletas. Estamos cansados, todos.

Ando en bicicleta. A medio camino encuentro La Chevy. Campamento, pienso.
No, policías ¡!

“¿Qué pasó aquí Ewald?”
“La policía nos quiere poner una multa, llevamos 45 minutos esperándote”.
Miro a Ewald. Él prosigue:
“Me han pedido mi licencia de conducir internacional y no la tengo. Además no tenemos los papeles del auto”.
Pienso.
Ewald añade: “Dicen que si les pagamos la gasolina, nos perdonan”.
Coima, pienso.
Voy a los policías.
“Buenas días caballero, con Susana Montesinos”.
El policía me mira. Está parado al lado de una camioneta gris. “Buenos días señorita”.
-¿Qué ha pasado aquí? –le pregunto.
-Los señores no traen la tarjeta de propiedad del auto ni el Soat.
No me dice nada de la licencia de conducir, qué curioso.
-Señor, yo soy la guía del grupo...
-¿Usted es peruana?
-Sí.... y por eso mismo le garantizo que los señores sí tienen la tarjeta de propiedad y el Soat en regla, estamos viniendo desde Ecuador... Además en la Panamericana Norte nos han parado varias veces a revisar papeles sin ningún problema.
-Pero dónde están los papeles.
-Los papeles están en el otro carro que nos acompaña... entiéndalos, señor, son gringos, y a veces no saben dónde tienen las cosas.
- Pero el señor, además, no trae su brevete internacional.
-Ah sí? Bueno, el señor es el mecánico, señor policía. Y nos está ayudando a recorrer este trayecto que está demasiado malo... pero sabe usted, yo me desentiendo de eso, ése no es mi problema, si quiere ponerle la multa s ela pone.
Y añado la pregunta: “¿Cuál es su nombre?”.
El policía se siente un poco incómodo. Me dice sólo su primer nombre. “Javier, señorita”.
-¿Y su apellido?
-Ramírez.
-Entonces usted es Javier Ramírez. Bien.


Dejo al policía y voy donde Ewald. Le digo: ¿cómo es posible que no tengas tu licencia internacional? Me dice que es un papeleo que no quiso hacer en Holanda. Yo pienso: ay este niño. Veo al policía discutir con el otro policía. Wilbert llega en ese momento en su bicicleta. Nos da los papeles de la Chevy que estaban en La Chevy... osea Ewald buscaba en sus narices.

Vuelvo al policía con los papeles.
-Aquí está la tarjeta de propiedad y el Soat, señor.
El policía mira los papeles. Me los devuelve.

-¿Podemos seguir, señor?
-Sí... pero dígale a su amigo holandés que por favor saque su brevete internacional. La próxima vez le pondré una multa.
-No se preocupe señor... esa será mi responsabilidad. Hasta luego.
-Hasta luego.


Hay que saber usar la estrategia ;)

Un niño me dice “Hello, what’s your name?”.
Estoy en un poblado menor a cuatro mil metros de altura.
Yo le respondo: “Ñoqa sutini Susana”, en quechua.
El niño se queda callado.
Yo le pregunto: “Imataq sutinkichu?”.
El niño me mira boquiabierto. Dos amigos suyos se ríen desde lejos.
El niño empieza a correr. Yo corro detrás de él. Jugamos a la pesca-pesca.

“Qué bello país tienes”, me dice una española que apareció montando bicicleta junto a su novio en medio del bosque de puyas en el Parque Huascarán.
Qué bellos paisajes, puyas, nubes, nevados, lagunas... una geografía que cualquier país desearía tener. Hace unos días estuve en la costa, en seis u ocho días estoy casi en la sierra oriental, es decir, a unos pasos de Pucallpa y Tingo María. Y en bicicleta. ¿Qué más quiere un territorio poseer esta riqueza?

Yo me siento a pensar en el Chevy: ¿qué más quiero yo de tener esta belleza?
Didier, el médico me dice que esto vale más que la pena... “pienso que los Andes son más antiguos que el Himalaya, pues puedes ver el espacio entre cada valle”.
El día anterior llevé en bicicleta a George, un belga, a tomar fotogra´fias de unas bromelias de diez metros de alto (las puyas). “¿Se convierte todo en más grande, Susana?”.


Me quedo pensando en lo que dicen los españoles y me digo vale la pena quedarse en este país. Les digo: “Tengo el orgullo”. Pero cuando pienso en las ciudades ,e quedo callada sin ganas de dar una opinión; mejor ni pienso, tan caóticas, desordenadas, con taxis tocando el claxon sin respeto. Qué tales contrastes.

Tengo un bello país, lo sé... cuando me quedo en la montaña y contemplo.





… Esta noche hace mucho-mucho frío.

Menos 14 grados. Yo en esta carpa congelada con la falta de oxígeno a 4.170 metros sobre el nivel del mar. ¿qué me trajo aquí? ¿cómo llegué?

La Chevy me trajo aquí, a medio kilómetro por hora. A medio camino desde Huaraz agarramos una trocha hacia el parque nacional Huascarán. Qué belleza de ruta, qué difícil para La Chevy. En una cuesta el pobre camioncito dio casi su último suspiro. Simplemente, le faltó oxígeno. Después de intentar trepar la cuesta tres veces conseguimos seguir el camino.

El parque nacional es una zona reservada. Los pobladores de la zona que son pocos le han puesto un candado a la verja de la entrada, allí donde se compran los boletos. Un caballero muy amable nos dice que no podemos pasar al parque. Yo le preguntó por qué caballero si el parque es para ir a visitarlo. Me cuenta un problema entre el Inrena (Instituto ded Recursos Naturales del Perú) y el poblado de Carpa. Si ven gringos allí, me dice el caballero, me van a hacer problemas.



La Chevy no tiene otra que estacionarse antes de la verja para acampar. A Rob no le gusta mucho la idea porque el plan era montar bicicleta hasta el bosque de Puyas de Raimondi. Lamentablemente el caballero no quiere dar vuelta atrás. Me dice: “Señorita, ¿qué le parece si a la noche les abro la verja y pasan como si nada?”.

Los ciclistas van llegando en el trayecto. Unos se perdieron buscando el camino y montaron más de cuarenta kilómetros por gusto. Todos llegan cansados. Nadie tiene la intención de pasar a la medianoche con las bicicletas y los carros hasta las puyas del Raimondi. “Este es un día pesado”, dice uno de los ciclistas, mejor nos quedamos a acampar aquí”, en esos 4,170 msnm.

No sé cómo lo convenzo, señores, pero creo que le caí simpática al caballero. Me dice el guardián del parque que “perfecto, mañana pueden pasar hasta las siete y cuarto de la mañana (7:15am)”. Nosotros los de Bike Dreams nos ponemos de acuerdo. Hay que despertarse temprano para salir antes de las 7:15 am hacia el bosque de Puyas y los pueblos que llevan hacia la ciudad de Huánuco.






La noche. Qué fría noche. Mi bolsa de dormir no es suficiente para abrigarme. Me pongo mi chaqueta, mis pantalones gruesos, la chalina, el chullo, los guantes y todavía me muero de frío. Me enrollo lo más que puedo en el eslípin. Siento el aire frío entrar por las costuras de la carpa. Duermo una hora o dos. Despierto. Más frío aún.

¿Qué puedo hacer con este frío que me congela? Se me ocurre salir de la carpa en busca de otra carpa; juntarme con alguien a dormir así bien pegaditos para soportar el frío.

No sé cómo pero salgo de la carpa y veo el cielo absolutamente estrellado, con la vía lactea guiñándome el ojo por todos lados. Hace igual de frío afuera que adentro, me doy cuenta, pienso que tengo que correr a alguna parte para cobijarme ¡!



Camino rápido. Toco la puerta de la carpa de uno de los jefes y le imploro por favor dormir allí. Felizmente puedo entrar a su carpa pero el hombre duerme con la ventana abierta y claro con un eslípin a prueba del frío: con plumas de ganso. Trato de dormir pero no puedo, mil pensamientos corren por mi cabeza. Escucho ronquidos venir de mi costado y de las otras carpas. Todos duermes excepto yo, pienso. Pero no importa, todavía puedo pensar en las estrellas y en los bellos paisajes que nos esperan. Después de una hora o dos me quedo seca apenas, bien acurrucada, con frío pero mejor que en mi carpa.

Al día siguiente salgo volando de la carpa del jefe para desarmar mis cosas y subirme al carro antes de las 7:15 de la mañana. Mis manos no reaccionan. Mis dedos están congelados. Recuerdo un invierno que pasé en un país extranjero y me congelé hasta las orejas. Algo parecido en el parque Huascarán, excepto por la falta de calefacción que en el país extranjero me salvó la vida.


De una u otra forma, salimos a las 7:15, nosotros completamente listos para cruzar la verja. Pero el caballero no quiere abrir el portón hacia el parque. Me dice, quiero una propinita. Rob viene con veinte soles en la mano y le los quiere dar y el caballero nos dice es poco. Saca la calculadora. Dice “ustedes son 18 personas, deberían de pagar 65 soles por persona como entrada al parque, es decir, algo de 1200 soles por todos, pero como yo soy buena gente sólo les pediré 100 soles”. Plop.
Nunca vi a Rob tan enojado. Discusión total frente a la verja (si esa es la palabra). Tengo que convencer de nuevo al tipo de que nos abra el portón. Cincuenta soles perdidos, no cien... no nos quedó de otra. Cruzamos el palo ese que hace de verja y directo volamos hacia el punto más alto. Vemos algunas bromelias (puyas) en el camino y muchos pájaros de diferentes colores y formas. También plantas y paisajes impresionantes.

Didier me dice allí a 4,800 msnm.: “Nunca he visto un paisaje tan espectacular”. La diferencia entre los Andes y el Himalaya es que en los Andes tienes la sensación de espacio, mucho espacio.
Los ciclistas pudieron sobrevivir la etapa hasta los 4,800 msnm sin ningún problema. La coca y los caramelos de limón ayudan perfecto, gracias al consejo de mamá Susana, la amante de los Andes.

domingo, 31 de agosto de 2008















Viajar, perder fronteras.

Los últimos días fueron un verdadero reto. Cruzar el desierto costeño desde las playas de Huanchaco en Trujillo, Perú, hacia el Callejón de Huaylas llevó a los ciclistas a probar sus frenos, pedales, fuerza en los brazos y piernas en los caminos de trocha. Muchos de los ciclistas creían que el viaje ya había empezado en el Ecuador, pero ahora camino a Huaraz comprobaron que los caminos que ellos imaginaban eran más complicados de lo que creían.




La primera noche acampamos al lado del río. Allí puse a prueba mi lógica peruana. Sí, nosotros los peruanos tenemos una lógica peculiar que los holandeses no entienden a veces. Nosotros estábamos en el auto en medio del desierto. Ninguna casa, ningún río, nada. Nosotros teníamos que buscar un lugar para acampar. Al fondo veía yo unos árboles.

-Allí hay un pueblo, seguro.

-Jajajaja... ¿es esa tu lógica peruana? ¿Donde ves un árbol ves un pueblo?

Me quedo callada luego digo:

-Bueno sí... que yo sepa donde hay árboles hay pueblos.



Avanzamos con el carro y evidentemente hay un pueblo grande llamado Tanguche, en medio del desierto. Hay varios campos de cultivo y un enorme río, el Río Santa, cruzando en medio de ello. Nosotros seguimos la ribera del río en busca de un lugar donde acampar.

-Seguro aquí no hay mosquitos, ¿no? Hace frío. Estamos lejos de la costa.

Mi lógica peruana me dice: "Sí hay mosquitos y nosotros seguimos en la costa".

Dicho y hecho. Bajamos del carro a arreglar el equipo del campamento... y ¿para qué dice don Ewald que no hay mosquitos? Los mosquitos empezarona aparecer de todos lados, a picar piernas, brazos, caras, cuellos.




Al llegar los ciclistas, mejor ni les cuento. Ellos suelen andar en pantalonetas.... los bichos que les picaron y en todas las partes del cuerpo. Uno ya no podía ni ir al baño, pues habían ataques del mosquito del río Santa en las partes privadas del cuerpo... Ni nuestro médico pudo dormir en paz, pues con su teoría: "de dormir sin carpa es más rico" terminó arrasado por los bichos malignos. Al día siguiente escapamos lo más rápido de ese lugar. Pocos durmieron bien. Mi lógica peruana es así... yo ya sabía ;)



Al siguiente día agarramos un pedazo de carretera hacia Huaraz, asfalto que termina diez kilómetros después de recorrerlos. La trocha que empezamos a recorrer era casi tan maligna como los mosquitos. Ni un momento de paz. Piedras por aquí y por allá, total control sobre la bicicleta y en subida, doblemente difícil. A medio camino encontramos un pueblo con numerosos burros en la pista, que se asustan de nosotros. Más allá cactus y más cactus y piedras de colores. Nunca había visto yo una sierra tan seca y a la vez tan atractiva.


Para qué montar bicicleta me digo yo en estos lugares tan secos y desolados. Es una carretera fantasmal por la que de vez en cuando transitan camiones de carga pesada, y alguna camioneta bien embalada y desconsiderada.

Y compruebo que venir al Perú con extranjeros es mirar con otros ojos. Llegar aquí es vivir el Perú de otra manera. Ya no eres el lugareño gringo habitual sino la gringa que viene con gringos y que tiene que sacar la bandera cada vez que los quieren engañar.


Volvemos a acampar en otro lugar menos habitado por mosquitos. Unas señoritas gorditas llegan a saludarnos y nos dicen que es Huarochirí. Aquella noche felizmente nadie tiene problemas con los mosquitos, pero sí con el calor... la gente está rasca que se rasca en sus carpas los mil puntos rojos de las piernas. Dicen que las picaduras de mosquitos recién se sienten al día siguiente. Allí estamos nosotros también.

Llegamos a Caraz después de tres días sin asfalto y cincuenta túneles oscuros por atravesar con el miedo a ser atropellado por un camión. La Chevy se portó muy bien, también la patrol. Kirsten preparó unas cenas deliciosas y nosotros de vuelta a las camas de hotel.

Mañana Huaraz, luego subir y subir más hacia las serranías peruanas llenas de ICHU.

Es bueno saber que tenemos una lógica peruana que funciona y que muchas veces sirve de precaución.

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