10 y 12 de agosto
Después de Riobamba entramos por la troncal de la sierra, una carretera asfaltada que nos lleva hacia Cuenca, la segunda ciudad principal de Ecuador, por unos pueblitos pequeños en el mapa. En el camino vemos cerros cubiertos por brumas y bosques de neblina, valles profundos y ríos que se pierden al bajar al oeste.
En Guamote nos reciben en una casa, tres señoras que hablan el quichua (o quechua). Nos cocinan una sopa de zanahoria y unos choclos (maíces) de dientes gruesos y tiernos, diferentes a los que conocemos. Allí compartimos una enorme habitación entre todos nosotros y asumimos la falta de duchas calientes y la privacidad de un momento solos.
¡Ustedes están locos?, nos dirían al día siguiente unos señores en ponchos y sombreros a lo largo de la carretera. No nos creen que vamos hacia el siguiente poblado, llamado Chunchi metido en un valle a tan sólo setenta kilómetros. Nosotros, sorprendidos ante su reacción, no nos atrevimos a decirles que vamos más allá de Chunchi, a Ushuaia señores; no porque no nos fueran a creer sino porque sabrían dónde situarlo en el mapa.
El camino es una hondanada de ascensos y descensos de una meseta a otra. A algunos les cae un poco mal la altura y el frío del viento, con dolores de cabeza que oscilan de una montaña a otra.
Seguimos de Chunchi a Ingapirca, un poblado muy pequeño con restos arqueológicos incas, los más importantes de la región. Tenemos previsto acampar al lado de los muros Inca, pero a última hora la organización decide tomar dos hostales sin estrellas donde caben con las justas todos los participantes. "¿Señora, nos permitiría quedarnos en su hostal?; ¿Cuántas camas tiene?".
“Nos han agarrado de improviso”, dirìa la señora Rosa, una de las dueñas de uno de los hoteles.
Doña Rosa me cuenta que sus ocho hijos viven en el extranjero, y que sola se ha quedado con una nietecita. “Que manera ustedes de montar la bicicleta”, me dice, antes de vernos partir : “y yo que nunca me he subido a una cosa de esas”, añade. La nietecita barre el piso del hostal. "Antes teníamos clientela, a veces cocinaba para muchísima gente, pero hoy por hoy nada", sigue doña Rosa. Me despido y le prometo volver pronto.
Nosotros continuamos camino hacia Cuenca, lugar donde nos espera un día de descanso. El camino es un desastre después de equivocarnos de ruta y perdernos el lonche de medio camino. Yo sigo a las mujeres del grupo que son muy buenas ciclistas, desciendo por un camino semi tropical hacia el valle de Cuenca. A medio camino nos detenemos a beber una coca-cola y a comer un pedazo de sandía. Cuenca está cerca, ante nuestros.