jueves, 19 de enero de 2012

Juntos en la cima

Pedaleando a la cima


Al día siguiente continuamos ruta a nuestro próximo día de descanso Kpálime. Seguimos la trocha de tierra, esta vez más despierta. Me sorprende lo poco que tienen estos pueblos. Unas casas de adobes con esteras, el que tiene suerte una calamina, los niños medio calatos corriendo detras de las bicis “cadeau cadeau”, venden pescado frito, un tomate, unas barras de pan, muy poco, y mucha gasolina embotellada en envases de pastise, el anís francés, para las motocicletas.

Después del refrigerio aparece la primera montaña del tour. 900 metros de altura en las costas togoleñas. Ver para creer. Es una verdadera montaña. Me animo a hacer un tour D (extra) y subo a su cima. Me cuesta dos horas llegar hasta el punto más alto. El aire es al principio demasiado caliente. Marea hasta el vómito. Pero a medida que uno va ganando altura, el aire se enrarece. Es curioso pero me siento en otro mundo... mi mundo. Un par de pueblos salpicados en las faldas, mujeres que cargan litros de agua sobre la cabeza. Unos diez kilómetros cuesta arriba. Sorprendente, asfalto.




Ese castillo es una ciudad de termitas, viven millones


La montana se llama Pic de Outa y es famosa entre los togolenyos ciclstas. Aqui la gente compite en el Tour de Togo. La cima de Pic de Outa tiene dos antenas de radio y unos guardias medio adormecidos.

Al bajar la montaña parece ser que el paisaje cambia. Más desarrollo. Una autopista nos lleva ahacia Kpálime. Me da alegría ver una ciudad más o menos estructurada, así pienso mientras estoy aquí, basada en mi estructura. Es una ciudad dividida en dos. A un lado las iglesias cristianas, al otro, las mezquitas. Lo cristiano – musulmán, esa mezcla de creencias que compiten por ganar feligreses empiezan sus cantos a las cuatro de la mañana a través de un parlante que se escucha en toda la ciudad.


Wilbert y yo en la cima


Las mezquitas cantan:
“Allaaaaaah”

Los cristianos:
“Alleluyah!!”

Después unos rezos que zumban en mi oído mientras duermo.

Esa noche salimos a bailar a una discoteca. Mujeres gordas, potonas, al ritmo del pumpum. Las discotecas se parecen en todo el mundo. Luces, espejos medio sucios y una barra sirviendo cerveza.

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