sábado, 21 de enero de 2012



Aquella noche dormimos al lado de un colegio. Didier pone una cuerda alrededor del camión y las mesas de la cocina. Los niños vienen a vernos – cuento unos sesenta a dedo-. No cruzan el cordel. Se sientan durante horas a observarnos.

Rob, el inglés del grupo, un cascarrabias inaceptable, dice: “¿Qué tanto les gusta vernos?”.

Al parecer no tienen mucho qué hacer en el pueblo. Se quedan así observándonos hasta el anochecer. Supongo que es como si fuera a llegar el circo por primera vez, como Melquíades con sus trucos de magia en Macondo. El número de niños va aumentando poco a poco, incluyendo los adultos. ¿Esperan que hagamos un truco? ¿Creen que les vamos a dar un regalo? No lo sé, no tengo ni idea. Y me quedo así contemplándolos hasta que empiezan a acercarse a mí y a sentarse a mi lado. Espero que la curiosidad no mate al gato pero no sé qué hacer con ellos. Me miran y miran como bicho raro. 

Una hora después cenamos bajo la luz de una fogata que el padre de los niños encendió para espantar a los mosquitos. Nosotros compartimos nuestra comida con ellos, pero ellos se pelean por alcanzar un bocado, hasta que el padre pone orden allí y les dice que tienen que ser educados, que todos recibirán su parte. Didier los ayuda a ponerse en fila india, es el buen samaritano. 


viernes, 20 de enero de 2012

Viento y arena en Bolivia



Viento, arena, kilómetros, con los manubrios sobre las trochas bolivianas.


Dos días después de La Paz y de una carretera asfaltada que pasa por Oruro y otros poblados del Altiplano, entramos hacia los caminos que llevan a Uyuni, la famosa laguna de sal.

Hace dos años, los bolivianos estaban construyendo una carretera hacia Uyuni, o por lo menos hacia una comunidad llamada Salinas, muy cerca de allí. Sin embargo, el camino nunca se terminó de asfaltar. La esperanza de los pueblos quedó en una ilusión. El terreno afirmado es una trocha mal conservada. Montar bicicleta sobre ella obliga a buscar otro camino.



Viento, demasiado viento

En nuestro primer día sobre la trocha hay muchísimo viento en contra. El viento sopla en dirección contraria a nosotros los ciclistas, cerro arriba, cerro abajo. Los 80 kilómetros que tenemos que recorrer son interminables . Sólo nos queda pedalear y pedalear hacia el campamento.

Llegamos a una cima. El viento sopla con tal fuerza que vemos una nube de polvo/arena cubrir el paisaje. ¿Hacia dónde estamos yendo?

Remolinos de arena, tierra que entra en los ojos, en la boca, que golpea con fuerza sobre nuestros cuerpos. A veces me tengo que detener para darle la espalda al viento y para no sentir las partículas de tierra que rebotan sobre mis piernas.

Inútil. No vale la pena detenerse, simplemente seguir y seguir hasta el final del día porque no hay cómo evitar ese viento absurdo que no sé de dónde está llengando. Después de varias horas llego a un campamento enterrado sobre la arena.



Accidente en la altura

En nuestro segundo día sobre la trocha esperamos no tener viento. Yo pedaleo y pedaleo con velocidad para no tener que sobrevivir de nuevo al viento, pero no, felizmente no hay vientos fuertes ése día. Tenemos que recorrer una ruta alrededor de un volcán que colinda con el famoso Salar de Uyuni.

La carretera es tan mala que parece una trocha para practicar la mountain bike. Todos los ciclistas vamos en fila india. Algunos quieren demostrar que son más rápidos. Yo me tomo la paciencia de recorrer esa trocha repleta de piedras y de arena con cuidado, mirando dónde pongo mi llanta delantera. Kilómetros antes de llegar, a orillas del Lago de Sal, veo a uno de los ciclistas en el suelo. Estaba compitiendo con otro de los ciclistas y por no tener cuidado cayó al suelo y se rompió la clavícula.

Clavícula rota. El salar es una maravilla, pero es lamentable que un día tan maravilloso sea opacado por un accidente.

Postales desde el fin del mundo

Bosques de pinos, araucarias, diversos árboles sin nombre, lagunas, ríos de aguas transparentes, piedras, viento que sopla demasiado fuerte, lluvia y glaciares que cuelgan en la punta de las montañas y que se deshielan

Algunas fotografías del Andes Trail 2010

¡CUIDADO! Famosa señal de tránsito a lo largo de la patagonia. El viento siempre el fastidioso y difícil viento. Camino a Pino Hachado, una de las etapas más memorables del Andes Trail

HELADO DE NIEVE. El Matterhorn argentino en la región de los Siete Lagos. La Suiza latinoamericana. Aquí todavía las montañas tienen nieve.


CAMBIO DE CLIMA. De pronto el cielo se nubla y vienen las precipitaciones. Viento y agua juntos, una fiesta sobre los pedales.

REFRIGERIO DE LUJO. No hay nada mejor que hacer un stop en medio de la ruta a orillas de los Siete Lagos. El sol, los árboles, el agua son una combinación perfecta 

CASCADA DE GLACIARES. El agua se comunica entre uno y otro lago y forma hermosas cataratas.

ARAUCARIAS. Árboles en extinción en esta región del mundo. En inglés les llaman Monkey Tree (árbol del mono). Desde lo lejos parecen palmeras, pero son pinos. ¡Y aquí no hay monos! Sólo aves de diversas especies, zorros, liebres, pumas.

CAMINO A CHOS MALAL, otro día memorable. Estos son los primeros kilómetros de camino hacia el volcán Tromen. La trocha es pedregosa y encima hay mucho viento. Sólo diez personas consiguieron completar la etapa.

QUEDAN POCOS. El viento es tan fuerte y la trocha tan mala que tenemos que caminar por algunos kilómetros. Trepando hacia la cima. Allí estoy yo con mi jersey de Perú, empujando la bicicleta.

EL LUNCH. A medio camino el refrigerio tan esperado.  El vehículo de apoyo del tour se cobija del viento detrás de unas rocas.

LA META. Por fin, yo después de recorrer 45 kilómetros en 6 horas.


jueves, 19 de enero de 2012

Bicicleta africana made in CHina

Juntos en la cima

Pedaleando a la cima


Al día siguiente continuamos ruta a nuestro próximo día de descanso Kpálime. Seguimos la trocha de tierra, esta vez más despierta. Me sorprende lo poco que tienen estos pueblos. Unas casas de adobes con esteras, el que tiene suerte una calamina, los niños medio calatos corriendo detras de las bicis “cadeau cadeau”, venden pescado frito, un tomate, unas barras de pan, muy poco, y mucha gasolina embotellada en envases de pastise, el anís francés, para las motocicletas.

Después del refrigerio aparece la primera montaña del tour. 900 metros de altura en las costas togoleñas. Ver para creer. Es una verdadera montaña. Me animo a hacer un tour D (extra) y subo a su cima. Me cuesta dos horas llegar hasta el punto más alto. El aire es al principio demasiado caliente. Marea hasta el vómito. Pero a medida que uno va ganando altura, el aire se enrarece. Es curioso pero me siento en otro mundo... mi mundo. Un par de pueblos salpicados en las faldas, mujeres que cargan litros de agua sobre la cabeza. Unos diez kilómetros cuesta arriba. Sorprendente, asfalto.




Ese castillo es una ciudad de termitas, viven millones


La montana se llama Pic de Outa y es famosa entre los togolenyos ciclstas. Aqui la gente compite en el Tour de Togo. La cima de Pic de Outa tiene dos antenas de radio y unos guardias medio adormecidos.

Al bajar la montaña parece ser que el paisaje cambia. Más desarrollo. Una autopista nos lleva ahacia Kpálime. Me da alegría ver una ciudad más o menos estructurada, así pienso mientras estoy aquí, basada en mi estructura. Es una ciudad dividida en dos. A un lado las iglesias cristianas, al otro, las mezquitas. Lo cristiano – musulmán, esa mezcla de creencias que compiten por ganar feligreses empiezan sus cantos a las cuatro de la mañana a través de un parlante que se escucha en toda la ciudad.


Wilbert y yo en la cima


Las mezquitas cantan:
“Allaaaaaah”

Los cristianos:
“Alleluyah!!”

Después unos rezos que zumban en mi oído mientras duermo.

Esa noche salimos a bailar a una discoteca. Mujeres gordas, potonas, al ritmo del pumpum. Las discotecas se parecen en todo el mundo. Luces, espejos medio sucios y una barra sirviendo cerveza.

Chez Cocó y su hueco togoleño

 
El bar coca-cola
Togo, un nuevo país. La frontera deja mucho que desear. Cruzamos por el oeste , por una carretera mala demasiado mala. El pavimento se transforma en una estría negra llena de huecos. Luego, un pueblo, nada más. Y el camino se convierte en ripio... lo primero que me llama la atención es mi bicicleta, danza entre la arena, entre árboles y arbustos espesos secos, se pierde en un paisaje triste.

Ademas, fuego por todas partes. Los togoleños queman los campos para cultivarlos.

Este primer día en Togo me siento un poco muerta. Las piernas pedalean pero mi mente... Cletea... se siente débil, impotente, inútil... el calor derrite... la tierra rojiza se me pega en las piernas. Mis pensamientos empiezan a jugar. ¿Soportaré? Pienso cosas mientras penetro en el bosque de la sabana... es parte del deporte, pensar... pensar tonterías, sobre todo si estás agotado y el sol te aplatana ... te conviertes en un plátano triturado aplastado sobre el asfalto. 

Hasta que encuentro la bandera de “llegada”. Chez Cocó. Un negro togolés que la hizo en su pueblo. Se fue unos años a la capital Boméy a trabajar de contador y después de reunir algo de dinero regresó a su pueblo que no recuerdo... los nombres me parecen casi siempre iguales de los pueblos,  y construyó una casa con un jardín y un cerco. Le pedimos que nos aloje dentro de su territorio y nos dice que sí. Nunca había visto una persona tan amable, el togolés Cocó con su mujer y sus dos hijos, tan correcto y bien lavado, nos presta su baño, un hueco, su ducha africana, con un balde de agua, nada más.

Pero qué más necesitamos, digo yo? La vida puede ser tan simple como un hueco, un balde de agua y un cerco alrededor de la casa, por el que todos pueden mirar. El lujo es un bien acomodado, adquirido a merced de la comodidad... aquí nada de lujos, hay que buscarlos en uno mismo, más.

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