20/8
Este viaje recién empieza. Voy recién en la primera página del libro, buscando un estilo, una manera, una forma de reconocimiento.
Hace algunos días empecé a montar la bicicleta. Qué ángulo tan distinto, qué emociones tan compactas. Descender las montañas es lo más cautivo; ascenderlas, preciso.
“Sigue tu ritmo”, me dice Geert.
El primer día te emocionas y vas como una bala. A medio camino te agotas, pues ya no recuerdas, pero no renuncias; sigues y llegas a destino en barro con las piernas negras y los zapatos sucios. No son los indicados.
Al segundo día te sientes más preparada, pues el primero te enseña a encontrar los defectos y mejorarlos. Al segundo día ya usas los zapatos indicados (los compraste en Cuenca) con pedales Shimano, usas una buena pantaloneta, llenas tu mochila con agua y desciendes como una bala, otra vez. Es entonces cuando empiezas a reconocer los trucos. Intentas pese a la emoción no pedalear en las bajadas, dejas tus piernas descansar, y en las subidas –malditas ellas- aguantas el trote a tu ritmo (gracias Geert!). Todavía es duro pero no imposible. Llegas con aire a un pueblo en donde unas viejecillas sirven calientes comidas.
Al tercer día tienes menos miedo, por eso dicen a la tercera la vencida. Piensas qué bueno que traje mi bicicleta. Te sientes una mujer independiente. Empiezas a descender una montaña con la calidad de un atleta y observas el panorama con amor. Allí te das cuenta de dónde estás y los increíble que puede ser el PRESENTE. Vida pura. Aliarte con la naturaleza y ser uno en la bicicleta. Piensas: “soy uno nada más” y sólo agradeces. Esto es para mí andar en los Andes y también en bicicleta.