sábado, 8 de noviembre de 2008



Ayer fue uno de esos días alucinantes.

El día empezó con un poco de viento, nosotros estábamos en un desierto. Hacía más de veinte grados de calor bajo el sol, nosotros pensamos hoy será un día caluroso de nuevo.

El pelotón salió a las ocho de la mañana, rumbo a un poblado llamado Pino Hachado. Rob nos advirtió que iba a haber viento, que lo mejor era salir temprano para llegar antes del anochecer, aunque aquí en La Patagonia anochece tarde, más allá de las nueve, a nosotros nos cuesta tener noción del tiempo.

160 kilómetros. El viento está fuerte. Didier y yo vemos un arcoiris en el horizonte junto a un nevado blanco.

-¿Estará lloviendo allá? -le pregunto a Didier.
-No necesariamente -responde.

La carretera está asfaltada, y va directo al nevado blanco. Recuerdo en ese momento las palabras de Rob: nos estamos dirigiendo al oeste, hacia un poblado llamado Pino Hachado. Yo me quedo pensando en el nombre de ese lugar Pino Hachado, y le explico a Didier el significado en español. Un Denneboom cortado con un hacha. Qué curioso ese nombre. Un pino pelado, en otras palabras.

Poco a poco vamos trepando carretera. Allí los ciclistas sufren mucho, avanzan apenas a pocos kilómetros por hora porque el viento empieza a hacerse fuerte. Nosotros tomamos unas fotografías con un arco iris impresionante y seguimos rumbo al oeste. ¡Para qué continuamos! El viento empieza a complicar el camino... el carro se mece como un temblor de tierra, la lluvia aparece de la nada a reventarse contra el parabrisas.

No paramos, seguimos. Imposible abrir las ventanas. El paisaje empieza a poblarse de árboles, de unos pinos con los troncos laaargos, con las ramas aparentemente cortadas. Lamentablemente el viento y la lluvia no nos permiten detenernos. ¿Qué tipos de árboles son? ¡ Parecen palmeras ! pero son araucarias, unos árboles en peligro de extinción.

Llegamos a Pino Hachado. Allí vemos una cabaña-café-restaurante en un cruce de caminos. El viento sopla muy fuerte, la lluvia golpea contras las ventanas. Un argentino simpático nos deja pasar a la cabaña: una estufa calienta el lugar.

Después de una hora, LOS CICLISTAS NO LLEGAN !!!

¿Qué habrá pasado? Nosotros estamos en la cabaña esperándolos... ¿el viento se los habrá llevado?
Una hora después o más veo llegar a Wilbert con esfuerzo en su bicicleta. Me dice asustadísimo que los ciclistas se quedaron a medio camino detrás de una roca, que el viento es peligrosísimo.
"Las bicis parecían cometas!, tuvimos que gatear".
Didier sale rápido a socorrerlos. Tiene que hacer dos viajes.
Cees cuenta después: "Diez kilómetros antes de llegar aquí, el viento era tan fuerte que tuvimos que bajar de las bicis a empujarlas, hasta que llegó un momento en el que nos escondimos detrás de una roca. El viento traía tierra y piedras... peligrosísimo".
Después de una fotografía en grupo allí en la cabaña del argentino tan buena gente, los ciclistas siguen ruta, aunque Bike Dreams haya anulado ese día en bicicleta, aunque siga con viento y lluvia.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Faltan pocas semanas. Los participantes miran con ganas el fin del mundo. Y yo me pregunto ¿qué es el fin del mundo?

Nosotros imaginamos el fin del mundo como un lugar lejos muy lejos, varios kilómetros de vacío, varias tierras carentes de vida, quizás algunas hierbas, uno que otro animal del fin de la tierra, y por supuesto el hielo: el frío más extremo.

Alguien me dijo el otro día: ¿si Ushuaia es el fin, dónde quedan Islandia y Groenlandia? ¿son ellas el comienzo de la tierra?
Pregunta capciosa. Aquí vamos a hablar del fin del mundo como punto geográfico, no del fin de los tiempos.

Yo puedo decir que en el fin del mundo hay mucho viento, vientos que vienen de todas partes y no dan tregua, que consigue meterse entre los bosques y entrar a las ciudades, que recorren las quebradas e invaden los valles.

Yo monto bicicleta en el viento. ¿Imaginan montar bicicleta en una tierra plana y con viento? La pondré mejor: ¿imaginan descender una montaña y con viento?

Ascender las montañas con viento es ya un sufrimiento, pero descenderlas es peor que trepar. La bicicleta no avanza, solo queda pedalear, soportar, andar a tres kilómetros por hora.

Y miren este vídeo:




¿Qué dónde empieza el fin del mundo? Hoy por teléfono sorprendí a alguien al decirles que para llegar al fin del mundo se empieza cruzando un río. Los colorados es la frontera oficial entre las provincias de Mendoza y Neuquén. Quiero decir que al sur de Mendoza empieza el fin del mundo, al norte de Neuquén termina el resto de la tierra.

En una estancia, un tipo me dice: “pero ché si estos vientos son menores. Mirá cuando pases Bariloche. Aquí en Chos Malal no es el fin de la historia”.

El viento me da en la cara. Ayer trepo una montaña usando uno de los piñones más suaves. Desde abajo se ve la cima del cerro. Allí pienso se acaba el ascenso pesado en bicicleta. Después de una hora estoy a punto de llegar a la cima. Diez metros antes de la parte más alta el viento hace una maniobra, voltea y me da al costado derecho. “Viento de …”, pienso, cuando quizás ni pienso. Pierdo el control.

El fin del mundo parece estar abajo. ¿Si comparamos con nuestro cuerpo humano decimos que el final del cuerpo está a nuestros pies? Si pensamos en el mundo vemos que al norte están los países desarrollados, al sur el resto. ¿El norte la cabeza y el sur los pies?
Para nosotros el fin del mundo es Ushuaia, ahora.

“Hermosas estrellas se ven aquí”.
Yo señalo hacia cuatro que titilean y forman una figura.
La Cruz del Sur.

Al llegar a la cima de la montaña escucho una canción. La letra dice: “Es demasiado aburrido seguir y seguir la huella, demasiado largo el camino sin nada que me entretenga”.
Tengo que hacer una maniobra rápida para evitar perder el control. Saco el pie del pedal a tiempo, me detengo apenas, me voy en contra del viento. Intento subir a la bicicleta pero me cuesta. Imposible. El viento me tira otra vez de costado. Hay que aprender la técnica. Camino.

“Ahora viene la bajada”, pienso cuando llego caminando a la cima, y para qué, el día más largo de mi vida. Nunca tan pegada a la bicicleta. Trato de ver la manera de que no me duela tanto. Me paro sobre los pedales, escucho música, me siento y me duele… qué dolor. Quiero llegar a destino.

El fin del mundo no es plano al principio. Seguimos pegados a los Andes, a esos picos y volcanes.
El fin del mundo, su comienzo, es subida bajada subida bajada subida bajada.
Y con viento.

Pero todavía falta mucho para llegar a destino. Más de cuarenta kilómetros en pendiente suave, tan suave que ni se siente, hay que seguir pedaleando y con los piñones más chicos para aguantar al viento. Esto parece subida ché, pienso yo. Miro montañas montañas montañas. Miro la hora: imposible, las cinco de la tarde. ¿A qué hora pienso llegar?

Y aquí hay armadillos, tarántulas, escorpiones, ñandúes.

¿El fin del mundo? ¿Quién dice que este es el fin del mundo?
Así parece cuando llego con la cara cortada por el viento y mi fuerza en descenso.
El viento no da tregua ni aquí ni allá, en ningún paraje. Viene en la nche a levantar mi carpa y de los demás participantes.

Llego al destino final a las siete de la noche. La gente aplaude y dice: pero si todavía no hemos llegado a Ushuaia, señores. Esto no es viento. Esto es brisa, casi.

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