sábado, 4 de diciembre de 2010

Imágenes desde Torres del Paine (primera parte)

Tapi Aike. El dueño del pueblo es un hacendado que no quería que acampásemos en ninguna área del lugar. Al final acampamos en medio del viento. Una noche dura.

Camino a Torres del Paine, el parque nacional chileno. Aquí un stop en el Lago Serrano. Muchos cóndores planean en el horizonte.


Las Torres del Paine, unos macizos de granito de impresionante altura. Miles de turistas llegan aquí de diversas partes del mundo.

Recorrer Torres del Paine es como andar en safari.


A lo largo de la ruta nos encontramos con miles de guanacos (llamas) que pastan sin miedo al ser humano. Los guanacos son salvajes, imposible de domesticarlos.

Hermoso pedalear a lo largo del parque nacional. Hubo demasiado viento ese día.

Vientos del Polo Sur

El problema no es el viento sino el frío. El viento del polo sur, desde el sur-oeste, es heladísimo.

Que todo lo congela, nuestras caras, y nos lleva a cobijarnos en cualquier lugar.

Todo sopla : el pasto sopla, los árboles soplan, las nubes pasan a una velocidad nunca antes vista en el cielo. Cada vez que andamos en la bicicleta es una lucha larga y dura.

Y al llegar al campamento los más débiles preguntan primero (porque claro se subieron al vehículo del tour a mitad de camino, maricones ellos) si tienen camas en el lugar, y los más fuertes que llegan después también quieren una cama o un lugar protegido para su carpa. Y se encuentran con la sorpresa de que no hay nada para ellos. Que los más débiles escogieron primero, y los más fuertes tienen que ceder.

En el camping de Torres del Paine no hay cabañas. Sólo unos cobertizos (techos) donde uno se puede resguardar del viento y la lluvia, si la hay. Los ciclistas creen que todos los cobertizos del camping son para el grupo, pero el encargado indica que tienen que acomodarse tres o cuatro carpas por cobertizo. Y nos dan sólo 8 techos para todos.

Por supuesto, cada uno del grupo quiere , individualistas ellos, un techo por carpa . Arman un desorden en el campamento. Ocupan lugares no permitidos alegando que tienen derecho.

Algunos lloran, otros se enojan, dicen que no les importa, no escuchan, y se meten simplemente donde no les importa.

Ellos siempre creen que tienen derecho. Este trabajo no es fácil. Porque se comportan como niños. Si a uno le damos una coca-cola, todos quieren coca-cola.

Pero lo peor de todo es que los débiles no piensan en los fuertes. Los fuertes montan todo el día bicicleta y quizás tengan más derecho que los otros.

Sentido de comunidad, eso no existe en este grupo, y menos aún el sentido común, palabra que no existe ni siquiera en el idioma holandés (lo que dice mucho de su cultura). Quizás los cuatro meses sobre la bicicleta convierte a los individuos en egoístas.

Cruce de frontera

El 'hermoso' monumento de Cerro Castillo, el pueblo fronterizo chileno

Nieve en Cerro Castillo, frontera de Argentina y Chile, a unos pocos kilómetros de Torres del Paine, el Parque Nacional más famoso de América del Sur.

Los ciclistas luchan contra el viento, todo en contra. Nunca antes habíamos vivido este clima tan extremo.

Yo viajo en el vehículo del tour hacia la frontera, hay cosas que arreglar, siempre los documentos del vehículo, los pasaportes, las preguntas de los ciclistas.

Pero tenemos problemas. La cocinera del grupo, una holandesa de buen diente, tuvo la certera idea de contrabandear plátanos, naranjas, calabazas, brócolis en medio del equipaje. En Chile es prohibido ingresar productos agrícolas, lácteos y todo tipo de carne, desde otros países. Ellos protegen su medio ambiente y su propia industria de cualquier tipo de enfermedad exótica. Cada vez que se cruza la frontera los agentes revisan todo el equipaje y te preguntan así insistentemente “si tiene productos agrícolas, señorita”.

De pronto el carabinero nos dice : “Tienen que sacar todas las maletas”.

El clima terriblemente malo, tormenta de viento, tormenta de nieve. Todo en contra, los ciclistas están a medio camino.

¿Del vehículo? ¿Cincuenta maletas? ¿Sacar las maletas? Si en medio de las maletas están las verduras contrabandeadas que la cocinera quiere cocinar para los próximos días, en donde no se consigue nada de nada. Verduras, fruta (plátanos, sobre todo) y carne para alimentar a más de treinta hambrientos ciclistas.

“Tienen que pasarla por el escáner”.

Drama : los ciclistas dejan de pedalear porque el viento está tan malo y además la nieve que les cae en la cara. Mientras el carabinero entra al vehículo y encuentra la verdura, la fruta y la carne, digamos, de contrabando, aunque hayamos declarado que “tenemos productos agrícolas en el vehículo”.

Multa, multa de dos mil quinientos dólares. Tengo que abogar por la gente de aquí. Al final nada de multas, pero ver cómo meten al fuego tanta verdura, fruta y carne... qué tristeza, ver la comida de uno calcinarse, como si se quemara sobre la parrilla y fuera después imposible de comer, en una hoguera, en la frontera de Chile.

Y los ciclistas congelándose a medio camino, sin comida a su llegada.

Y nosotros viendo cómo queman la comida en la frontera.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Dormir en medio del viento

Aquí las tierras, estas explanadas de cien kilómetros a lo ancho, con ninguna tierra de cultivo, pastos de trinches gruesos, a veces un recinto, mucho alambrado , propiedad privada, tienen un solo dueño.



Este lugar se llama Tapi Aike y es algo así como un cruce de caminos. Sólo tiene dos construcciones pequeñas, una caseta policial y una estación de gasolina, y una enorme hacienda llamada como el lugar, quizás por eso le pusieron este nombre, Tapi Aike.

Pregunto en la caseta de policía si podemos acampar por una noche y protegernos del viento, señor, en alguna de sus instalaciones. El policía me mira, me pregunta de dónde venimos, la curiosidad usual, y después de unos segundos, de escuchar "somos treinta personas", me dice no.

Desalentada, me voy unos metros más allá. Cruzo una autopista, llego a la única estación de gasolina: dos casetas, una bomba de diesel, una pequeña tienda que vende gaseosas y otras cosas. Igual, el tipo me dice que es terreno privado, que aquí no se puede acampar.

¿Y la estancia?

La estancia, uno de esos lugares bien cercados con alambres y miles de jardines por aquí y por allá, y establos donde guardan caballos ovejas vacas y qué sé más, está escondida entre árboles que la protegen del viento. Paredes amarillas, techo rojo, miro por la ventana de la casa principal, una chimenea, la televisión, alfombra de lana, toco la puerta y nadie contesta.
Pero el dueño aparece, por otro lado.

Le pregunto muy educadamente : ¿Nos podemos alojar aquí, señor?
Me dice que "no" también, y después de una discusión de más de una hora, está muy cansado dice, que no quiere atender a nadie, nos señala la pampa y nos dice : allí pueden acampar, en medio del viento, a ras de la tierra.

Vuelvo al puesto policial, regreso donde el encargado de la estación de gasolina, también le toco la puerta a un señor encargado de la seguridad vial (¿cuál? ¡Si no pasa ningún carro!). Todos me dicen que no, que estas tierras son del dueño y que no quieren problemas.

Al final acampamos en la pampa y con viento y pienso en la solidaridad de la gente y en su cansancio.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Nueve días en la pampa

Caminos pedregosos y con viento obligan a caminar en varios tramos. Es difícil tomarle fotografías al viento.

Nuestro refugio hotel en Las Horquetas. Nada mal, ¿verdad?

Desaliento y cansancio. Con ese viento no se puede seguir pedaleando.

El refrigerio a medio camino tiene que encontrar refugio para poder ofrecer sus alimentos.

El letrero de bienvenida de Bajo Caracoles. Pueblo chico infierno grande.

Los pocos hoteles en Bajo Caracoles están repletos.

Autopistas que se pierden en el horizonte. Interminables.

Paisajes planosss...

Y carreteras a medio hacer.

Un refugio en medio de la pampa

Seguimos en estos nueve días en la pampa.

Después de Bajo Caracoles. Al día siguiente seguimos rumbo al territorio de la nada, mucha pampa y un camino de tierra y recto.

Y encima, en medio del viento (casi huracanado).

Después de todo el circo que se armó en Bajo Caracoles, con el problema de las camas y el hotel, uno de los directores del tour dice : esta noche vamos a acampar en medio de la pampa y de este viento.

Antes de salir a destino yo le consulto a alguien si por Las Horquetas hay algún refugio, aunque sea un muro que nos resguarde de las inclemencias del clima.

“Por allí están construyendo un hotel, quizás allí pueda encontrar un lugar donde resguardarse”.

Yo tengo que ir aquel día en el vehículo del tour para intentar conseguir un refugio para los ciclistas. El viento es demasiado fuerte, sopla sin piedad encima de esas planicies de tierra y algunas yerbas. Espero encontrar un lugar donde protegernos.

Proteger, esa es la palabra, las seguridades. La mayoría de este grupo no le gusta acampar y cada vez que pueden reclaman hotel. Pero éste es un viaje de camping y no se puede cambiar, además de que en la argentina, en estos parajes olvidados no hay nada, nada de nada, en cien o doscientos kilómetros alrededor.

Viajo en el vehículo de tour.

A ciento siete kilómetros encontramos una construcción de piedra; sin duda parece una antigua hacienda en plena reconstrucción / refacción. Nosotros nos detenemos para buscar a los encargados del recinto.

Entramos a todos los ambientes del lugar. Una sala, habitaciones, baños, cocina. Repetimos : “Hola, buenos días, ¿hay alguien aquí?”. Nada.

Después de unos minutos entramos al último lugar que nos toca revisar, pues con el viento noo se escucha mucho las voces o los gritos que uno pueda emitir, incluso los saludos.

Y salen dos tipos medio morenos de allí, dicen ser los encargados constructores del lugar. Les pido por favor que nos den algún refugio. Ellos me enseñan el lugar y me dicen : puede usar el salón (de unos quine metros de largo, ideal para armar nuestras mesas para la cena), y dos habitaciones y un baño.

Perfecto. Le ofrezco pagarle un monto por el favor que nos está haciendo. Perfecto.

Nosotros sacamos las mesas, la cocina, las ollas, la comida, todo listo para armar nuestro campamento. Incluso hacemos sopa, café, té. El salón es hermoso, de paredes de piedra y techo de madera.

A los pocos minutos llega una camioneta al lugar. Dos señores de cabellos grises salen del vehículo y entran a mirar lo que estamos haciendo. No nos dicen nada, sólo saludan. Luego, se van.

Los ciclistas empiezan a llegar, a armar sus carpas. Es gracioso, los de mayor edad llegan desesperados en el segundo vehículo de apoyo del tour, a encontrar un buen lugar para las carpas. Luego llegan los más jóvenes : quieren dormir dentro en las instalaciones del hotel. Aventureros de poco calibre. Invaden la sala sin preguntar e incluso se duchan en uno de los baños. Y eso no estaba permitido.

Llegan los dos tipos encargados del lugar nerviosísimos a hablar conmigo. El dueño acaba de venir y les ha pedido que salgamos de aquí. ¿Sacar a treinta personas? Que no utilicen nada de las instalaciones. Pero eso no habíamos quedado, pienso yo.

“Están ensuciando las instalaciones”.

Y lo comprendo.

Pero los tipos empiezan a hacernos problemas. Le digo: ¿por qué tu jefe no habló directamente conmigo? ¿cómo voy a saber si además era el jefe? Demasiadas preguntas.

Al final, no les hago caso, nos quedamos esa noche en el hotel. Eso sí, mandé a la gente a dormir afuera en sus carpas (nada de engreimientos). Y al día siguiente les pregunté a los tipos de dónde eran : "Bolivianos, señorita". Y querían más dinero.

Le pagamos lo que se merecía, osea poco.... y nos fuimos !!!

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