Bajo Caracoles, un poblado en medio de la nada, habitado por diez casas, dos hoteles, dos campings y una oficina de la policía. Nada mñas.
Nosotros llegamos, mejor dicho yo llego tirando dedo en medio de la carretera. El viento es demasiado fuerte en la pampa, y tengo que caminar para que el viento no me bote de la carretera con bicicleta y todo. Dos amables caballeros detienen su furgoneta y me llevan hacia ese poblado, Bajo Caracoles.
-¿Qué va a hacer usted allí? Ese pueblo no vale ni un peso.
- Allí están mis compañeros de grupo -le respondo, y le cuento la historia de los ciclistas y del Quito-Ushuaia-. ¿Y usted qué hace aquí? -le pregunto.
- Colocamos semáforos.
- ¿En el pueblo?
- Noooo -se ríe- en un lugar 300 km de aquí, pero para llegar allí tengo que cruzar tierra de nadie.
Llego a un hotel algo normalito para Bajo Caracoles. En el pueblo hay tanto viento que los pocos árboles crecen torcidos. Los ciclistas más veloces todavía no han llegado, claro, con la de viento en contra (y la tierra) se pedalea a menos de diez por hora. Pero en el hotel hay un grupo de participantes del tour que no la hizo completa, como yo, que se subió al carro para no sufrir con las pampas, las extensas planicies.
Todos , que son unos diez, han tomado camas en el hotel sin pensar en el resto del grupo que aún está montando bicicleta... típico de ellos, llegan a un hotel cuando en principio todos vamos a acampar y se agarran la primera cama que encuentran e inventan mil excusas para no armar la carpa (tienda de campaña) en medio del campo. ¿Pero dónde vamos a poner las carpas?¿A quién se le ocurre pedalear por aquí? ¿Por qué no ponen un bus en este trayecto?
Les recuerdo que este es un tour en bicicleta y no en bus. Y que para llegar a Ushuaia hay que pedalearlo todo. Me hacen renegar, ellos.
El dueño del hotel es un tipo buena gente, medio pelado, medio gordo, con cara de español, así la nariz redonda, roja, los ojos claros, panza grande. Compruebo que el lugar no ha cambiado mucho en los últimos años, que Bajo Caracoles es lo mismo, que es un pueblo fruto de una hacienda que alguna vez existió y que los dueños de los tres hoteles son tres hermanos que no se hablan y que compiten entre ellos. Y la hacienda se convirtió en esto : en un pueblo-chico-infierno-grande.
- ¿Tienen más camas? – le pregunto al dueño del hotel pensando en los otros participantes del tour, que aún no han llegado, y me dice que "no" sin darme otras opciones, sin nombrarme los otros hoteles (que hotel es palabra muy grande aquí, ah) que yo sé que existen y que son de sus hermanos.
Busco más camas para los participantes. El viento silba y dobla los pocos árboles de la villa. Yo corro al otro hotel, le pregunto al hermano del otro si tiene camas : “Todo ocupado”, me dice. Voy al otro hotel, es de mala muerte, camas que parecen orinadas y por poco ratas caminando de auqí para allá. No hay opciones en Bajo Caracoles, aunque son muchas para un-pueblo-chico-infierno-grande. “Es que aquí están las cuevas de las manos que fue declarado Patrimonio de la Humanidad”, me dice alguno por allí todo orgulloso por su cueva de las manos y los turistas (que son mínimos) que llegan aquí.
Los últimos ciclistas llegan al pueblo. Alguno llora porque quería una cama en el hotel y no acampar en medio del viento.
Aventureros a medias, eso es. Aventura con lujos.
Pero yo acampo y aquella noche, a pesar de escuchar el viento golpear contra el techo de mi carpa, duermo. Esto es parte de la aventura, de mi experiencia de viaje. Y de esa gente que descansa en el hotel.
Al día siguiente les pregunto si durmieron bien. Muchos me contestan que "no", que la cama era muy dura o blanda o qué sé yo.... y yo pienso si supieran ellos, el duro negocio del turismo.