Llego a Quito una mañana de invierno andino. El sol entra por la ventana del vehículo, mis brazos reciben el calor. Sigo una autopista entre paisajes verdes, con arbustos, flores de colores violetas, amarillas y rojas, y eucaliptos. La mitad del mundo es un valle habitado por dos millones de personas. La entrada a la ciudad es tranquila.
Llego en un bus desde Macará. Rob y Wilbert están cruzando el Ecuador por los Andes, mientras yo por la costa en un bus interprovincial. El viaje no está mal. Los asientos son reclinables, la gente muy simpática, comemos en restaurantes buenos y vemos paisajes que para mí son espectaculares. Es increíble, cuando uno cruza la frontera cambia el color de la naturaleza, la forma de hablar, incluso las costumbres. Los ecuatorianos son amables. Me creen gringa y lugareña, a la vez.
Llego en un bus desde Macará. Rob y Wilbert están cruzando el Ecuador por los Andes, mientras yo por la costa en un bus interprovincial. El viaje no está mal. Los asientos son reclinables, la gente muy simpática, comemos en restaurantes buenos y vemos paisajes que para mí son espectaculares. Es increíble, cuando uno cruza la frontera cambia el color de la naturaleza, la forma de hablar, incluso las costumbres. Los ecuatorianos son amables. Me creen gringa y lugareña, a la vez.
¿Por qué me fui en bus hasta Quito y no con Wilbert y Rob?
Debo adelantar trabajo en la Mitad del Mundo. Buscar periodistas, hablar con los directores de los centros de cultura, buscar contactos que nos permitan iniciar bien esta travesía. El trabajo está perfecto. El idioma me ayuda a hablar con gente de los periodicos, la radio y la televisión. Ojalá estén el 8 de agosto en la mitad del mundo. Eso espero.
En Quito me recibe una gran amiga mía que conocí en mis años en Piura. Paola de la Vega vive cerca al centro histórico de la ciudad y ella y su familia ya me conocen de una visita previa que hice en el año 2003.
El primer día, ella me lleva entusiasmada al centro antiguo de la ciudad. Me recuerda a Arequipa, Cusco, Cajamarca, la diferencia es que Quito es una capital. El centro histórico me sorprende muchísimo. La plaza de armas a pesar de no ser tan grande como la de Lima, es acogedora. Hay mucha gente esperando en las bancas alrededor de la estatua de la libertad. Dicen que el presidente de la república va a salir a saludar a la gente, que siempre lo hace por la puerta delantera de palacio.
Aquella tarde tomamos un café en una callejuela cerca al barrio San Francisco, en el centro. Paola me cuenta que San Francisco era un lugar de maleantes. Sin embargo, hace un año y medio que el alcalde limpió todo el centro histórico. Ahora el centro de histórico es Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.
Estos primeros días en Quito son tranquilos. Hice mi trabajo, descansé un poco del ajetreo del viaje. Anoche salí con un grupo de gente quiteña en una velada cultural. Ese grupo de gente tocó guitarra y cajón peruano en una casa colonial preciosa, desde sanjuanitos ecuatorianos a zambas y valses criollos argentinos y peruanos. Excelente forma de empezar el viaje !