Estos últimos días los paisajes cambian.
Ingresamos a los Andes peruanos desde la costa Norte por un camino de tierra a lo largo del río Santa, un río que nace en los nevados de la Cordillera Blanca (Áncash) y desemboca en el Océano Pacífico.
Las trochas son parte del Andes Trail. Lo dijo muy bien uno de los líderes del grupo: el Andes trail recién empieza aquí, después del Ecuador y la costa norte del Perú, en un camino de grava con piedras y arena que produce dolor en los brazos y las piernas.
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Cactus a lo largo del camino, nuestros acompañantes de ruta |
La primera noche acampamos dentro de los desérticos territorios del Proyecto Chavimochic, en La libertad (Perú). Elegimos una superficie de cemento, ex-cancha de fulbito, para levantar las carpas, cocinar y pasar una tarde tranquila reparando bicicletas y mirando el atardecer.
- ¿Por qué abandonaron este pueblo? -me pregunta uno de los ciclistas.
- No lo sé -le contesto y luego pienso en las posibles respuestas a esa pregunta.
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Francien y Edson, los encargados de la cocina con sazón peruana-holandesa |
Pero no es en realidad un pueblo, parecen más bien las bases del campamento de un proyecto temporal de Chavimóchic. Chavimóchic, un proyecto de irrigación e hidroeléctrica. Horas después le pregunto a un policía y me dice que hace varios años vivieron allí algunos trabajadores del proyecto. "Construyeron un canal de irrigación y se fueron". Y ahora quedaron las bases de esa ex cancha de fulbito.
A la mañana siguiente, después de beber un café caliente, pues hace frío en la costa peruana, sopla un viento helado a toda hora del día, enrumbamos en las bicis hacia la serranía. Es extraño pero no sentimos que estamos trepando de cero metros hacia mil metros sobre el nivel del mar; el camino tiene una pendiente mínima agradable para pedalear.
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Uno de los ciclistas a punto de atravesar un túnel largo y muy oscuro |
El paisaje empieza a cambiar. Montañas enormes cuyas cumbres son difíciles de percibir. El camino es una línea delgada que repta en las paredes de una quebrada. Túneles oscuros, en trocha, que atraviesan montañas; dos centros poblados de mineros artesanales que extraen "carbón de piedra". La poca gente que vemos nos saluda a lo largo del camino.
La quebrada se convierte de un momento a otro en un cañón donde lo único que se escucha son las aguas del río y las ruedas de mi bicicleta. Aquella noche dormimos en la boca del cañón con luna llena y sin viento.
Al día siguiente dejamos el campamento y empezamos a trepar el camino hacia los 2.500 metros sobre el nivel del mar. Curvas en zigzag. Cactus, pequeñas casas de adobes, perros que salen a ladrar detrás de nosotros. Piedras que saltan en el camino.
En un puente un grupo de trabajadores me grita: "viva el Perú gringuita", y se ríen cuando les repito "viva el perú, carajo". Más allá una señora me saluda en la lejanía con un saludo quechua de bienvenida y otros alzan la mano cuando nos ven pasar. Pasamos por pequeños caseríos y Huallanca y la trocha sube y baja en zigzag.
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Un descanso al lado del cañón |
El cañón del Pato es tan estrecho que en la trocha apenas cabe un camión mediano con sus cuatro o seis ruedas. Tiene muchos cactus y es seco, y lo mejor de todo son los 47 túneles que se tienen que atravesar. Dicen que antiguamente era trocha carrozable donde la gente con miedo cabalgaba hacia el otro lado del valle : Caraz o Huaraz.
A nosotros nos tocan túneles largos y de miedo. En uno de ellos tenemos que detenernos para dejar pasar a un grupo de camiones. Nuestras linternas no son lo suficientemente buenas y el ruido que puede producir un motor dentro de una de esas cavidades en las montañas es de terror. Pero salimos airosos de esa aventura y llegamos a Caraz a media tarde a refrescarnos con los buenos helados de la zona.
Ahora escribo desde Huaraz, nuestro punto de descanso. Mañana lunes salimos hacia el Parque Nacional Huascarán... nos esperan muchìsimas aventuras más. Esta noche llueve aquí. ¿Cómo será mañana a 4.200 msnm?