jueves, 11 de noviembre de 2010

El ojo de bife


Casi en la cola de América del Sur. A pocos kilómetros de Ushuaia la ciudad más austral. Ingresando a pasos agigantados hacia el fin del mundo.

Ahora estamos en la región de los lagos, en la ciudad de San Carlos de Bariloche (Argentina), a 2700 kilómetros de Ushuaia. Nos quedan cuatro semanas en nuestra ruta. El tiempo ahora sí pasa volando como el viento que sopla muy fuerte en estas regiones y nos quiere llevar volando.

Bariloche es una ciudad al pie de un enorme lago de aguas transparentes llamado Nahuel Huapi.

Estamos alojados en un buen hotel. Desde mi habitación puedo ver el lago. Y disfrutar el atardecer. Este sí fue un buen día de descanso.






En nuestro próximo itinerario viene Chile y su carretera austral. La carretera austral es muy famosa por ser la más aislada del país. Pinochet la construyó para unir a los pueblos del sur. Allí estaremos dentro de tres días, el domingo, en una de las zonas más bellas de Chile. Siete días de ruta hasta Coyhaique.

Esta noche hemos comido un bife argentino en un restaurante demasiado bueno "Tonys". El cocinero, un tipo llamado Tony, es un gordo pasado de kilos que de profesión debe ser carnicero. Corta la carne con un enorme cuchillo bien afilado y sus manos grandes y gruesas no tienen reparos. Hoy me comí casi una vaca entera, creo que me sirvió medio kilo de "ojo de bife". ¿Qué es eso? Un pedazo de carne que viene de la nalga de la vaca, y que ocupaba la mitad de mi plato (parecía el Matterhorn o Alpamayo en carne). Me costó mucho tiempo poder conquistar la cima de esa delicia sobre el plato.

Mañana salimos a las nueve de la mañana hacia El Bolsón, un pueblo de hippies argentinos, y aquí en la oscuridad de Bariloche, frente al lago, espero que el ojo de bife digiera lentamente por mis intestinos.

domingo, 7 de noviembre de 2010



El viento, siempre el viento, famoso en Patagonia.

De Las Lajas a Aluminé, dos poblados al borde d la cordillera de los Andes, en Argentina, donde las montañas no son demasiado altas, y el viento, el insoportable, absurdo, fastidioso viento, pasa desde tierras chilenas, que están muy cerca, hacia las argentinas, y forma tormentas de tierra, lluvia, nieve, por la diferencia de temperaturas, frías y calientes,

Y obstaculiza el pedaleo.

El viento sopla de oeste a este.
Pero hoy vamos en dirección contraria. Tenemos que cruzar una carretera que lleva de este a oeste. Con el aire en la cara, en los brazos, las piernas, las ruedas de la bicicleta. Con uno de los cuatro elementos agolpándonos nuestro cuerpos en dirección a Ushuaia, al fin del mundo. Como si esa fuerza de la naturaleza se estuviera vengando de nosotros.

A cuarenta kilómetros vemos una señal de tránsito : viento.

Hacemos una curva y no hay nada que hacer. Algunos lo cruzan caminando. Otro pedaleamos sin amor, mientras que otros renuncian, se suben al vehículo de apoyo del tour y lanzan improperios, dicen esta mierda, a qué nos han traído, al Andes Trail, a este viaje al fin del mundo, cada vez más difícil y con trochas y subidas y encima el viento que jode esta etapa.

Después de la curva a agarrarse de los manubrios. Pedalear a 5 kilómetros por hora y esperar llegar al refrigerio.

Pero aparece uno de los paisajes más bizarros y hermosos de la ruta.

Araucarias en masa. Que parecen palmeras a lo lejos (pero son pinos), con troncos altos y gruesos, y las ramas en sus copos.

Pino Hachado. El mismo nombre lo dice. Un poblado argentino al lado de la frontera con Chile, que en los inviernos está cubierto de nieve y en la primavera sol y nubes cargadas con chubascos.

- Aquí no para de soplar todo el año –me dice una señora, dueña de un restaurante.
- ¡Es usted de aquí?
- Sí, poooo -me dice, con un acento medio achilenado, le pregunto si es argentina y me dice sí-: Aquí todavía se vive una vida sanísima, no como en las ciudades y los poblados grandes... aquí se es hombre todavía, po.

Después de Pino Hachado vamos hacia Aluminé. El viento en la cara, al costado, luego a la espalda. Cruzamos una cordillera, trempamos hasta la nieve (entre las araucarias) y después un descenso de 60 kilómetros en trocha. Suave el descenso pero con viento a la espalda.

Y llegamos al Lago Aluminé, vemos un cóndor planear a lo lejos. Asfalto. El camping.

Hay que saber cómo vencer al viento y a la vez aprovecharse de él. Un verdadero reto.

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