Una de las ventajas de andar en bicicleta es la de ver de cerca la realidad que te rodea, ser capaz de tocarla y de sentirla. Uno puede detenerse a medio camino a tomarse una Inca Kola o simplemente a conversar con la gente. Viajar en bici por el Perú es un placer como ningún otro, sobre todo cuando se transitan por trochas que te llevan a las zonas más olvidadas del país.
Estos niños viven en la zona del VRAEM y apenas saben el nombre de la capital del Perú, tienen entre diez y trece años y con las justas suman y restan. Me los encuentro en La Esmeralda, un pueblito perdido en el mapa de la frontera de Huancavelica y Ayacucho, por la ruta del río Mantaro. Los niños se acercan a nosotros los ciclistas que decidimos darnos un descanso aquí.
-¿No van al colegio estos niños? -me pregunta Paul, un holandés del grupo, que lleva puesto su jersey naranja.
Me quedo pensando en su pregunta. Para mí siempre ha sido normal ver a niños corretear de aquí para allá en mis viajes por mi querido Perú, pero su comentario me sorprende, nunca antes había reparado en ese detalle, así que decidí acercarme a uno de los niños que estaban sentados en el porche de la municipalidad para preguntarle dónde estaba el colegio del pueblo, que si no tenían clases.
-Los profesores están de huelga -me dijo el mayor de ellos. Sus compañeritos, unos ocho niños menuditos y de ojos tristes, me miraban con timidez, hasta que soltaron la carcajada.
-¿Y dónde está tu profesor?
-Vive en Huancayo, no en este pueblo.
Cuando escuché esa respuesta me pregunté hacia dónde se dirigía la educación en nuestro país. Quienes vivimos en la gran ciudad nos venden la idea de que el Perú está avanzando, y sin duda lo está, en construcción de carreteras, edificios, centros comerciales, la gente tiene más poder adquisitivo y las ciudades están cambiando, pero cuando llegué aquí a La Esmeralda, a este pueblito huancavelicano, era como haber retrocedido cuarenta años en el tiempo y encontrarme con un país que muchos de mis conciudadanos no quieren resignarse a ver.
Huancayo está a seis horas en auto desde La Esmeralda, la mitad asfaltada y la otra no. El profesor llega cada dos semanas a darles clases de matemática, lengua castellana y geografía, y luego desaparece por un tiempo; se pasa los días en la comodidad de su ciudad haciendo otras cosas que no sabemos, excepto darles una educación a esos muchachitos que me miraban con melancolía ese mediodía de septiembre.
-¿Y hace cuánto que no tienen clases?
-Hace días ya...
-¿Y de cuántos días hablamos?
-Muchos, señorita. La huelga, pues.
Me senté al lado de ellos. Les hice un examen de geografía. ¿Cuáles son las tres regiones naturales del Perù?
No supieron contestarme. ¿Y cuál es la capital de Loreto? Enumeraron varias ciudades, entre ellas Arequipa, sin nombrar Iquitos. Viajar por el interior de tu país te abre los ojos y te enseña de que el Perú no es sólo un puñado de ciudades sino el corazón de las zonas rurales que siguen viviendo como hace cincuenta años o más. ¿A quiénes beneficia ese falso nacionalismo, inventado e imaginado basado en booms gastronómicos, económicos e inmobiliarios?
Muero de verguenza al tener que responderle al grupo de extranjeros con el que estoy viajando de que los niños del Perú no están yendo a la escuela debido a una huelga general indefinida y que su profesor vive a seis horas de allí, y no llega siempre a darles clase, con o sin huelga. ¿Cuál será su futuro?
Nosotros continuamos nuestro camino después de tomarnos una inca kola con esos muchachos. No me quiero poner moralista y aún menos catastrófica pero esa región por la que pedaleábamos estaba poblada por policías que controlaban los vehículos de la droga. El camino de la coca que serpentea hacia las profundidades de la selva. El VRAE a poco kilómetros de distancia.