Cada viaje tiene sus historias, y esta edición del Andes Trail empezó pronto con sus historias de amor. ¿Amorosas amistades raras, disparejas las parejas? Un médico menudo y una fisioterapeuta de talla alta. Todo se trata de sobrevivir mientras se pedalea y no importan los compromisos en tu vida cotidiana, sino lo que el camino y la carretera te proporciona en el día a día, porque de eso se trata viajar, de vivir el ahora metro a metro mientras se suben las montañas.
Escribo esto desde un hotel en Huaraz después de tres semanas
intensas sobre los pedales y además ayudando al equipo de apoyo en la
cocina y con los hoteles. No sé qué decir ni cómo expresarme, lo único
que esta experiencia la disfruto muchísimo más que otras veces,
reconociéndome en los rostros de mis paisanos, disfrutando del desorden y
de este ritmo lento sosegado natural de los burritos que se pasean con
sus arreadores, los perros que ladran a lo largo del camino y los
camiones que te tocan la bocina y te asustan para saludarte. Reconozco
mi lado latinoamericano. Esa calidez y amigabilidad de la gente que
curiosa pregunta ¿De dónde son? Y me dicen “gringa” sin creerme que soy
peruana. Así quiero reconocerme.
Estas semanas hemos visto paisajes que cambian de colores. Las
montañas verdosas del Ecuador se diferencian de los desiertos del Perú.
Los primeros días en carreteras asfaltadas con el tránsito de la
Panamericana a alturas sobre los 3,500 metros sobre el nivel del mar que
atraviesan pueblos y mercados ecuatorianos. Fritadas, chanchos al horno
mostrando sus cabezas, mujeres ancianas ofreciéndote algo que comer.
Cerros verdosos y ricos en pastos naturales. Ecuador, qué hermoso país
es, con gente muy educada y amorosa.
Ahora estamos en el Perú. Y los cambios se perciben desde que
cruzamos la frontera. Los guardias de aduanas preguntándote de dónde
eres y adónde vas, una mujer en el primer refrigerio, cerca a
Tambogrande (Piura), coqueteando con el enfermero del grupo “quiero un
hijo con tus ojos”, dice. Algarrobos y desiertos, cabritos y gallinazos.
Un participante me dice que Perú parece Beirut y otro que le recuerda a
la India. Yo no sé qué responderles. Añaden que la
gente es muy amigable, y yo creo que es quizás la aridez y el polvo que
se cuela en los hogares lo que lo hace así.
El camino continúa pero el camino del Andes Trail cambia del asfalto a
la trocha después de unos días de descanso en Huanchaco (Trujillo). La
policía nos escolta hasta el cruce de la Panamericana Norte con el
proyecto Chavimochic antes de llegar a Chimbote, y allí le decimos adiós
a la costa hasta Ushuaia, muy lejos. Ingresamos a los callejones
del Cañón del Pato siguiendo un camino pedregoso a lo largo del río
Santa, y vaya, qué hermosas montañas las que tenemos en el Perú (y yo
orgullosa), de tamaños que no entran en nuestras cámaras de fotos.
Colores rojos, naranjas y rosas brillan con la luz del sol, poblados de
cactus y lagartijas que curiosas nos miran pasar. Montañas que
parecen tener minerales preciosos que yo nunca quisiera que se exploten para una minera.
La bicicleta es un estilo de vida que te acerca a la naturaleza y que te permite además observar el interior de tu país. Qué diferencias, qué impresiones las que reciben los ciclistas mientras suben las montañas hacia el callejón de Huaylas. La gente cambia incluso de vestimenta. Sombreros de copa alta, las mujeres con flores que las adornan llevando a la espalda hierbas de todos los olores. Y sus polleras. Y los túneles del cañón del Pato, tan salvajes, que atravesarlos es estar inmerso en la niebla (de polvo que dejan los camiones).
Desde mi ventana del cuarto de hotel en Huaraz observo a dos de los participantes perderse en el horizonte de los edificios de esta ciudad, quizás en busca de algo qué comer. "¿Serán pareja?", me preguntan por allí. No lo sé y prefiero no meterme, que sobrevivir a este viaje es una cuestión emocional. Y eso lo sabe la llama, nuestra mascota, un peluche blanco que pasa de mano en mano contando las historias diarias de los participantes del tour. Sí, sí son pareja y a los pocos días uno de ellos me pide que cambie la disposición de las habitaciones, ¿una cama matrimonial?, sí señora, una matrimonial, y a partir de allí, de los caminos que nos llevan a Huánuco y a coronar las cimas de Cerro de Pasco, los dos pedaleando juntos en esta tregua, los cuatro meses que pasarán en su bicicleta, acompañándose entre los ichus y los pastos andinos de la sierra del Perú.
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