sábado, 29 de noviembre de 2008






24/11

Aquí las tierras son planas como el horizonte y el viento demasiado poderoso. El viento viene desde el Océano Pacífico, entra por la costa chilena, se cola por los nevados andinos y se libera en las pampas argentinas. Nosotros lidiamos con el viento, no da tregua, aquí no hay santo que nos proteja.

Hoy tenemos que llegar a Las Horquetas. La noche anterior el dueño del hotel Ruta 40 nos dijo que a medio camino había una estancia llamada El Delfín. “Es mejor que duerman allí; en las Horquetas no hay nada”.

Hace dos días hemos vuelto a la Argentina. Los paisajes cambian al cruzar una frontera, los rostros, las actitudes y los acentos también. Aquí es pampa, en Chile quebrada. Aquí es seco, en Chile es mar. Ahora que estoy aquí, en la Argentina, digo: ¿y qué son las pampas? Tierras secas y extensas. Las pampas tienen caminos rectos y sin curvas que parecen llevar a ninguna parte. Un escritor dijo que en las pampas no hay nada que llama la atención.

Estancia El Delfín: llegamos aquí gracias al consejo del dueño de Ruta 40 y ¿qué vemos? Estancia con ventanas cerradas y/o un muerto pudriéndose allí adentro. Doce perros amarrados moribundos que no ladran, que no se mueven; sólo uno mueve la cola y parece pedir algo. Damos una vuelta, hay una vaca muerta tirada al lado del recinto principal, otras están encerradas en un corral apretujadas, también amarradas. Dos autos : una chevrolet vieja y otra nueva y ninguna persona que salga a reclamar o preguntar algo. A nosotros el ambiente nos parece algo/poco raro. Nos vamos de aquí.

Hoy monto bicicleta. Nada llama mi atención, Caparrós, el escritor tenía razón: a medida que me alejo del corazón del continente todo me parece igual. El camino es el mismo que recorrimos semanas atrás después de Mendoza: tierra y piedras sueltas, tierra y ruta plana: la ruta 40 argetina, tan larga y extensa que junta todas las provincias desde La Quiaca hasta Ushuaia, es recto y largo... no hay mucho que entretenga.

De pronto veo: ¡¡ un armadillo cruzar la pista !! Freno.

El animal es pequeño de unos treinta centímetros de largo, al principio no se percata de mi presencia pero cuando escucha los frenos de mi bicicleta voltea me mira y acelera el paso. Quiero verlo al milímetro. Parece un acordeón. Lo observo bien, está a dos metros de mí. Sus patas cortas, cola poco larga: es un topo con caparazón. Cruza la pista y desaparece.

Me pregunto ahora: ¿es cierto aquello de que en las pampas nada llama la atención?

Bushcamp: Nada mejor que acampar a la intemperie, en medio de la nada. La Patrol encuentra un lugar perfecto para protegernos un poco del viento: un hoyo inmenso horadado por máquinas de construcción de carreteras.

A la noche el viento se retira. La Tierra duerme, nosotros también.




25/11

Hay cosas que ver en las Pampas, todo empieza a llamar mi atención. Los arbustos me dicen: ¡¡ armadillos !! Las tierras planas guanacos, los cielos cóndores. Recuerdo que aquí también la vida tiene diferencias, que no todo parece tan igual en la pampa. Mejor es dejar de buscar.

Hoy tenemos que llegar a una estancia llamada La Angostura. Rob me pide negociar el precio con el dueño porque de acuerdo a nuestra información el lugar es caro, cuesta tres veces más de lo normal por poner carpa! Y usar ducha con agua caliente. El lugar está a cinco kilómetros de la carretera, nosotros ya vamos dos días sin ducha.

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Me gustan los objetos, conceptos, elementos raros. La rareza entendida como lo exótico, desconocido, extraño.
El Armadillo es un animal extraño. Nathional Geographic tiene una serie que se llama “Animales raros”. Un zoólogo inglés viajó a La Patagonia en busca de este animal. Junto a su equipo de apoyo acampó en una de las pampas más frías (quizás donde estamos nosotros ahora) a la espera de la ‘carnada’. El tipo se quedó una semana entera esperando ver al animal –sólo lo vio dos veces. El tipo era un amante de lo extraño.
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A cinco kilómetros de la carretera la pampa se convierte en quebrada, allí está La Angostura, la Estancia, protegida entre barrancos, a las orillas de un río.
La Angostura es una estancia que antiguamente fue hacienda; dos recintos blancos y muchas vacas, caballos, ovejas pastando en sus campos. Nosotros abrimos el portón de la casa, ingresamos con curiosidad a ver cómo es el lugar, pero el dueño nos quiere cobrar una tarifa demasiado alta; nunca en todo nuestro recorrido nos habían querido cobrar tan caro. Nosotros nos despedimos de buena manera, salimos tranquilos en busca de otra opción.

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Desde la ventana del carro miro en dirección a la carretera: quiero ver esa rareza. Me gusta lo extraño: Armadillo, Pukina, Caxas.

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El lugar que hemos escogido para acampar está al lado de la carretera. Por la que pasa un carro por hora durante el día, en la noche menos. Cocinamos un sopa para los ciclistas. Estoy con dos compañeros: Ewald y Edson.
Después de una hora vemos un carro aparecer. Es una camioneta. La camioneta es vieja; el chofer es el dueño de la estancia La Angostura. ¿Qué querrá el tipo?
El tipo baja del carro con una escopeta. ¿La soledad acaso mata?

- ¡Vengo a preguntarles por qué han dejado el portón de la estancia abierta !

Miro al tipo, su rostro está rojísimo como un tomate. Es evidente que está enojado. Me quedo pensando felizmente no nos apunta con el arma, pero obvio que nos quiere asustar (!). ¿Acaso ha venido hasta aquí (estamos a diez kilómetros de su estancia) sólo para preguntarnos por el portón de su casa?

- ¿Lo han dejado abierto, sí o no?

- Señor, disculpe, no fue nuestra intención molestarlo, lo hemos olvidado. (En el portón no había ningún cartel que dijera: obligado cerrar la verja.)

-Ahora se me van de acá. (¿De este territorio a la intemperie?)

Ewald, Edson y yo miramos al caballero sorprendidos. No fue nuestra intención despertar las iras del dueño.

- ¡ Se me van de acá ahorita !

Nosotros le decimos: “Sí señor, nos vamos”, pero nos quedamos sentados.

- Voy a llamar a la policía.

El puesto policial más cercano está a 300 kilómetros.

-¿Escuchó? Voy a llamar a la policía, ésta es propiedad privada.

Que lo llame, que lo llame, porque esta es tierra de nadie.
El tipo se va irritado con su escopeta. Nosotros nos quedamos aquí.


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A la hora de buscar un lugar para la carpa vemos un animal esconderse detrás de unos arbustos. El animal está a diez o quince metros de nosotros. Asoma la cabeza desde atrás del arbusto, y de pronto, empieza a caminar hacia nosotros. Viene caminando hacia mí con sus cuatro patas y su coraza amarilla. Me sorprende porque se acerca demasiado a mí, me impresiona porque me mira. No sé si le tengo miedo o no, pienso que es un animal inofensivo. El bicho sigue su curso deja unas huellas como las de un perro, pasa a setenta centímetros de mí, sigue su curso hacia una mata , se mete dentro de la mata, todavía lo veo y lo analizo. El animal empieza a excavar en la arena y desaparece.

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Los ciclistas llegan poco rato después de que el dueño de la estancia se trepara a su auto con la escopeta y se fuera. Nosotros les contamos lo que sucedió y ellos ...

“Nos paró a medio camino y nos dijo: fuera de aquí”
“Estaba muy enojado muy enojado”.
“Paró su auto delante de mí sin querer dejarme pasar”
“El tipo tenía una escopeta a su lado”.

Nosotros esperamos a la policía toda la tarde. Ningún auto policial llega a nuestro camping a la intemperie, ninguno. Nosotros armamos nuestras carpas y dormimos.

1:00 am – unas luces se detienen al lado de nuestras carpas. “¡Somos de la policía, ¿dónde está el encargado?”. Rob abre la puerta de su carpa, les dice aquí estoy y responde sus preguntas.
“Somos un grupo de ciclistas que vienen desde Ecuador / Tenemos que tener un lugar para dormir / No hemos quemado ningún arbusto / Tampoco solemos dejar los terrenos sucios / Somos gente responsable, señor / ¿que el dueño dice que estamos incendiando sus tierras? / ¿que somos unos invasores? / Ah, ahora entiendo, el señor siempre los llama / mañana nos vamos, no se preocupe y se lo dejamos limpio / que han recorrido trecientos kilómetros / bueno, que tengan una buena noche / no se preocupe no ha sido ninguna molestia / adiós”.

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Esta noche duermo con tranquilidad. Duermo a unos metros de una casa de esos animales extraños. Espero a que ellos caminen alrededor de mi carpa. Y sueño que uno de ellos excava un hoyo debajo de mi mata y desaparece.



26/11

Los caminos siguen largos inacabables en la Patagonia. Quiero una ducha, un baño y un poco de café.



27/11

Dos gauchos aparecen en nuestro camping acompañados de once perros y dos caballos. Nosotros estamos en Tres Lagos. Tienen la mirada ida, los ojos rojos, la voz ronca. Me cuesta entenderles lo que hablan. Me cuesta pensar si vienen o por dinero o por curiosidad.

“Yo creo que es por las dos cosas”.

El primer gaucho es un gordito desaliñado y desdentado. El segundo gaucho usa barba mismo San José. Ambos andan con el pañuelo al cuello, las botas de cuero, un machete a la cintura, los pantalones con bobos anchos. Son la figura del Martín Fierro. Son unos tipos que se quedan quietos mirándonos cómo comemos.

La primera en animarse a acercárseles es Bene, la francesa. Ella se acerca al de barba, le da un beso en la mejilla y sube al caballo. El caballo es blanco. El caballo es tranquilo. El gaucho no quiere soltarlo a pesar de la destreza de Bene al montarlo. Bene le pide: “Suelte el caballo, quiero trotar un poco”, pero el gaucho no quiere, se niega a dejar a Bene sola. Después de Bene sigue Sean, quien también trepa al caballo “¿puedo montarlo solo? Quiero galopar”. El gaucho suelta al caballo, deja a todos los chicos montar a solas; a las chicas no.

“Esto es machismo”, dice Kirsten.
Yo pienso: no es machismo, es ganas de lucirse con una hermosa hembra (machismo también!).

Al final de la velada, el gaucho desdentado se me acerca, me da un beso, me pregunta si tengo novio. No me queda otra cosa que decirle que sí.
Después de un rato el tipo empieza a ofrecer su caballo, su sombrero, su camisa, sus botas “de verdadero gaucho” a la venta. Evidentemente nadie quiere. Bene les da un billete de veinte por dejarles andar a caballo.

Todos nos vamos a dormir. Los gauchos se van al bar a beber los billetes. En eso nos parecemos todos en la América Latina. En eso no somos diferentes. En eso no veo las diferencias.


28/11

Al lado de la puerta del restaurante Luz Divina hay una caja. Escucho el píar de un pollito. Me acerco a la caja, compruebo que el ruido viene desde allí y me decido a abrirla. Sí, evidentemente hay un pollito. Lo saco, lo dejo caminar por el campo con libertad. Un tipo aparece en la puerta del restaurante. Me mira, va corriendo detrás del pollo, lo atrapa y lo mete de nuevo a la caja. Fin.

Esa es la historia del pollito patagónico sin otro paradero que una caja al lado de la puerta de un restaurante al lado de un río de aguas turquesas que se dirige a Ushuaia. El Fin del Mundo.

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