Volví a verlas después de dos años y siguen iguales, como si el tiempo no hubiese pasado |
15 de agosto 2010
De Cuenca a Loja hay 210 kilómetros y a medio camino hay un poblado de nombre Oña, de pocos hombres. Sólo hay mujeres.
Llego en bicicleta a un restaurante donde meriendan todos los ciclistas. Cuatro hermanas señoritas de avanzada edad nos sirven un almuerzo buenísimo. El mejor arroz con pollo que he comido en el Ecuador. Les pregunto a ellas por sus familias, sus hijos. Ellas me miran sorprendidas: "mejor solas que mal acompañadas".
Las cuatro mujeres tienen entre 86 y 92 años de edad. Ellas caminan lento, pero trabajan ya más de cincuentaitrés años en su restaurante, abren a las 7am y cierran a las 9pm, como siempre.
“¿Cuánto le debemos señorita?”
“Treintaidós dólares con 53 centavos”.
Cuéntan con exactitud. Qué buena memoria tienen, además. Una de ellas sabe de antemano cuántas cervezas le han pagado y cuántas no.
Falta muy poco para dejar este país. Después de Loja, Catacocha y Macará entramos al Perú, un nuevo territorio en esta ruta. En nuestras primeras semanas, pocos pinchazos en las bicicletas, ningún accidentado, excepto una caída producida por el viento, pero sin gravedad, y por el resto todo el mundo pedaleando.
Este año hace mucho frío en los Andes, y mientras seguimos hacia el sur sabemos aún que nos falta demasiado por recorrer, unos diez mil kilómetros más para llegar hacia Ushuaia. Cuatro meses con sus 110 días y noches. Y las trochas sin asfalto de América del Sur, que todavía están por llegar.
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