El bar coca-cola |
Ademas, fuego por todas partes. Los togoleños queman los campos para cultivarlos.
Este primer día en Togo me siento un poco muerta. Las piernas pedalean pero mi mente... Cletea... se siente débil, impotente, inútil... el calor derrite... la tierra rojiza se me pega en las piernas. Mis pensamientos empiezan a jugar. ¿Soportaré? Pienso cosas mientras penetro en el bosque de la sabana... es parte del deporte, pensar... pensar tonterías, sobre todo si estás agotado y el sol te aplatana ... te conviertes en un plátano triturado aplastado sobre el asfalto.
Hasta que encuentro la bandera de “llegada”. Chez Cocó. Un negro togolés que la hizo en su pueblo. Se fue unos años a la capital Boméy a trabajar de contador y después de reunir algo de dinero regresó a su pueblo que no recuerdo... los nombres me parecen casi siempre iguales de los pueblos, y construyó una casa con un jardín y un cerco. Le pedimos que nos aloje dentro de su territorio y nos dice que sí. Nunca había visto una persona tan amable, el togolés Cocó con su mujer y sus dos hijos, tan correcto y bien lavado, nos presta su baño, un hueco, su ducha africana, con un balde de agua, nada más.
Pero qué más necesitamos, digo yo? La vida puede ser tan simple como un hueco, un balde de agua y un cerco alrededor de la casa, por el que todos pueden mirar. El lujo es un bien acomodado, adquirido a merced de la comodidad... aquí nada de lujos, hay que buscarlos en uno mismo, más.
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