Cerro de Pasco, aquí vivió mi abuela, aquí sólo hay minas.
Una persona me dice: “Aquí tenemos mucha plata”. Pero miro a mi alrededor y pienso: “no se nota”. La ciudad está a 4.338 metros sobre el nivel del mar, tiene unas cuantas calles asfaltadas, el resto es tierra y mercado con muchas vendedoras de verduras frutas que traen de occidente y oriente. ¿Qué cultivan aquí, señor?, pregunto. Cobre, señorita, me dicen. Los cables eléctricos de aquí para allá cruzan las avenidas, una laguna artificial en medio de la ciudad, “ésa fue alguna vez mina” y un enorme hoyo en medio del cerro, metros más allá, con camiones que entran rodeando el hoyo hasta lo más profundo. ¿Es este el futuro del país?, me pregunto yo. Hoyos en los cerros, ciudades artificiales que alguna vez tuvieron un apogeo, pero que ahora son un cruce de identidades y recuerdos: gente con rostros de haber trabajado mucho, un ambiente pesado.
Mi abuela vivió en su niñez y la recordaba a Cerro de Pasco con mucho cariño. Siempre quiso volver. Después de muchos años regresó a Cerro de Pasco y nunca más quiso volver.
Pienso ahora en los Pasqueños. Uno se acostumbra a los olores de su tierra y también a su desorden.
Una persona me dice: “Aquí tenemos mucha plata”. Pero miro a mi alrededor y pienso: “no se nota”. La ciudad está a 4.338 metros sobre el nivel del mar, tiene unas cuantas calles asfaltadas, el resto es tierra y mercado con muchas vendedoras de verduras frutas que traen de occidente y oriente. ¿Qué cultivan aquí, señor?, pregunto. Cobre, señorita, me dicen. Los cables eléctricos de aquí para allá cruzan las avenidas, una laguna artificial en medio de la ciudad, “ésa fue alguna vez mina” y un enorme hoyo en medio del cerro, metros más allá, con camiones que entran rodeando el hoyo hasta lo más profundo. ¿Es este el futuro del país?, me pregunto yo. Hoyos en los cerros, ciudades artificiales que alguna vez tuvieron un apogeo, pero que ahora son un cruce de identidades y recuerdos: gente con rostros de haber trabajado mucho, un ambiente pesado.
Mi abuela vivió en su niñez y la recordaba a Cerro de Pasco con mucho cariño. Siempre quiso volver. Después de muchos años regresó a Cerro de Pasco y nunca más quiso volver.
Pienso ahora en los Pasqueños. Uno se acostumbra a los olores de su tierra y también a su desorden.
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