lunes, 28 de julio de 2008

Rob me espera en el aeropuerto de Amsterdam en shorts y yo recuerdo sus palabras algunos días antes: yo sólo duermo en los aviones. Vamos a tomar un vuelo hacia Lima, Perú, aquella mañana: un vuelo de dieciocho horas por lo menos, sobre el atlántico, a unos once mil metros de altura a la medianoche. Los dos nos saludamos dejamos las mochilas en el suelo y hacemos cola para facturar el equipaje. Felizmente ningún imprevisto nos impide seguir. A medio camino hacia migraciones saludamos a Wilbert, que tomará otro vuelo hacia Lima.
Nuestro vuelo va por Madrid. El viaje Amsterdam - Madrid es corto. La pasamos conversando, durmiendo un poco, fastidiando al vecino que le tiene miedo a las alturas. Ningún imprevisto. Rob se queja al final un poco de sus rodillas, pues es alto el muchacho y hay poco espacio entre los asientos, y aterrizamos en Barajas.

El aeropuerto de madrid es uno de los más enredados que he visitado alguna vez. Nosotros salimos al final del avión y enrumbamos rumbo a ninguna parte. Rob me pide que busquemos los vuelos de Lan para ver cuál es nuestra puerta de embarque a Lima. Buscamos en las pantallas y no encontramos nada. Nos acercamos a un centro de información y tampoco saben decirnos dónde está el vuelo de Lan a Lima. Después de caminar unas cuantas vueltas alguien nos dice que debemos salir del aeropuerto para entrar de nuevo al aeropuerto (vaya!) y buscar la compañía de aviación Lan entre las diferentes líneas aéreas quefacturan a sus pasajeros a diferentes destinos del mundo.
Después de tanto enredo en Barajas conseguimos hacer cola frente a unos letreros de Lan. Cambiamos los asientos del vuelo, pues a rob le conviene viajar en un asiento cerca a las salidas de emergencia, y nos vamos a buscar la puerta de embarque. Subir, bajar, tomar el tren, saludar a un escritor peruano llamado Roncagliolo, salir del tren y subir al terminar “R”, así dice claramente la pantalla de televisor del aeropuerto. Nos sentamos en un restaurante simpático antes de nuestra salida hacia el sur. Allí comemos un bocatta y bebemos unos refrescos para pasar la hora hasta que decidimos ir a la sala de embarque a pasar el poco tiempo que nos queda para despegar hacia Lima.

Yo no sé qué hago exactamente la hora que falta para tomar el vuelo a Lima. Sólo recuerdo que cogí una revista que un amigo holandés me regaló hacía unos días en una fiesta de despedida. Leo algunos artículos literarios entre otros y pienso en mi escritor, como siempre (nadie puede con mi genio), y en todo aquello que me espera en el viaje. Escribir, me digo, sólo me queda escribir, y vivir intensamente cada segundo.

La gente empieza a movilizarse rumbo al avión, hay una cola larga esperando entrar al vehículo aéreo. Rob me dice: “esperemos hasta el final que da lo mismo”, yo sigo ojeando mi revista que me da lo mismo esperar o no, de todas maneras teníamos que entrar al avión, la espera no es demasiado larga. Ya no hay gente en la sala.
Rob y yo nos paramos para entrar al avión.
Yo no sé qué es, pero evidentemente esta no es la parte más importante de esta historia ahora. Cuando nos acercamos a la puerta de embarque veo que del otro lado un grupo de gente corre hacia la puerta. Yo no presto demasiada atención, la verdad. Cojo mi boleto de embarque y se lo alcanzo a la señorita. Pero escucho uno voz que me es conocida, que no es Rob, evidentemente, era alguien de ese grupo de gente que se acercó corriendoa la puerta de embarque. Volteo para ver quién es y lo veo. No lo creo. Un hombre de cabello cano, no tan alto. Mis ojos lo tienen en frente. Es Mario Vargas Llosa con toda su familia. Me sonrojo y me río. Esto tenía alguna vez que suceder...

En el avión espero que rob se quede dormido todo el vuelo. La aeromoza le ofrece unos audífonos que él no acepta; le quiere dar una manta, tampoco quiere señorita. Él cruza sus piernas en shorts, se estira con la idea de dormir. Yo escribo y escribo en un blog de notas totalmente motivada, pues tengo al escritor a unos diez asientos frente a mí. Después de una hora me quedo dormida.
Despierto.
Rob tiene los brazos cruzados.
-¿Acaso no puedes dormir?, le pregunto.
-Hace mucho frío, me dice.
Lo miro y me rio. Él me mira con ojos pícaros, como si no quisiera desistir de su entercamiento de andar en shorts y sin frazada ni audífonos.
Yo no puedo dormir. Enciendo el televisor frente a mí, pongo una película de Jack Nicolson: Someone has gotta give. Me cago de la risa con las escenas de Nicolson corretenado a las jovencitas. Veo a Rob sin audífonos mirando atentamente la película. Me dice: “esa película es para mujeres”. Me mato de la risa doblemente. Parece que rob sigue viviendo en el tiempo del cine mudo.
Vuelvo a quedarme dormida, despierto de nuevo.
Rob sigue allí sin frazada. Ya se congela el pobre. Pero se levanta y busca como loco en todos los compartimentos una frazada. Cuando consigue una y regresa al asiento me dice: hace frío. Se envuelve las piernas, y se las abriga.
Duermo. Llegamos a Lima. Escucho a la esposa del escritor decir: “y ahora la vaina es recoger las maletas”. Yo le pregunto a Rob si pudo dormir algo aquella noche. Me dice que no, que hacía mucho frío y que había sido mala idea venir en shorts.

1 comentario:

Ernesto dijo...

Es de veras extraño que hayan venido hecho la ruta AMD-MAD-Lima....

Mas frecuente es que los peruanos que viven en España hagan MAD-AMD-Lima... porque en su momento se podia ahorrar viajando en KLM.

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