domingo, 19 de diciembre de 2010

viernes, 17 de diciembre de 2010

El relato del instante (Buenos Aires)

Es interesante ver los personajes que entran y salen de este restaurante.

Un hombre de cabellos largos que parece ministro de algo, o así se comporta, con terno recién salidito del congreso o de palacio de gobierno, quizás una actitud muy argentina. Una señora de senos grandes, vestido blanco y zapatos de taco rojos como sus labios, rojos rojos, que entra con dos niñas que le dicen, cuidado mama que se te está viendo el escote. Y otro hombre, medio hippy parece, pero también medio gay, tiene los cabellos largos, rubios y en rulos. Parece un gringo pero es argentino. Y su forma de hablar es medio gay, aunque en su forma de vestir no pasa nada, medio despatarrado, incluso cojea el tipo, como si se hubiese tomado litros de cerveza o algo parecido, habla normal. Entran y salen, el primero, el ministro se termina sentando con un señor que me mira desde una mesa contigua a la mía. En un momento el ministro parece el dueño del restaurante, saca un vino del estante y se lo sirve a los amigos, así se comporta por lo menos, a lo argentino, parece, y la segunda, la mujer, entra y sale con las dos niñas y ese vestido blanco como salida de una fiesta o matrimonio llama por teléfono, entra y sale, deja la puerta abierta, hasta que llega el tercero y se la lleva, o sea, el cara de hippie medio gay, se la lleva por la calle con las hijas, ¿sus hijas? Disparejo.

Las mozas se ríen, yo escribo, lo registro todo.

Estoy en la barrio de San Telmo, un barrio que voy descubriendo poco a poco, que intento adherirmelo a mí, y sentirlo mío, por más egoísta y literal que suene, y tan propio de lo ajeno. Miro desde la ventana , tomo un vino tinto de casa reservada, y le busco un título a esta historia, y aquí es donde fallo, cuando veo al ministro besar a la camarera, y a la familia dispareja pasar a lo largo de la ventana del restaurante. Todo se convierte en ficción en mi relato. El relato del instante.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Sobrepoblado

Llego a una ciudad enorme, tomo un taxi, le pregunto cuántos habitantes tiene, me dice que no sabe, recorre las grandes avenidas, le da vuelta a los obeliscos, entra por calles que no conozco, hasta llegar al hotel.


De pronto todo me parece demasiado grande, absurdamente habitado, mucho ruido, vehículos que botan gases, soy como un cavernícola llegando a la civilización, sin saber por dónde empezar.

El costo de convivir con la naturaleza por cuatro meses, el shock de lo sobrepoblado.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La cápsula de hierro

Costumbres argentinas o quizás costumbres europeas. Mi último día en Ushuaia está supuestamente gobernado por esta idea, la estúpida idea de tener que coger un avión, de ir al aeropuerto a tiempo, como si esta última mañana estuviese perdida en el limbo de la nada, sin disfrutar de esos últimos instantes en el confín más lejano del sur de la tierra, y todo supeditado al viaje en avión, a esa máquina a dos motores que despega de un lugar y después aterriza en otro.


Un escritor argentino diría, que viajar en un avión es como vivir en medio del paréntesis, ganándole al tiempo, al espacio, todo aquello que nos perdemos en hacerlo a pie o en bicicleta en nuestro caso. Porque nosotros todo lo hemos hecho en bicicleta, desde Quito (Ecuador) hasta Ushuaia (Argentina) viendo y viviendo los paisajes que cambian a medida que uno entra a una nueva región o valle o ecosistema, intentando por lo menos de imitar a nuestros antepasados que iban o a caballo o a pie (pues en esos tiempo no había ni bicicleta o avión, pero la bicicleta es lo que más se le parece).

¿Y qué hago yo perdiendo mi tiempo pensando en que tengo que tomar ahora un avión y recorrer en cuatro o cinco horas todos los kilómetros que me costó pedalear en un mes o dos?

El absurdo de la modernidad, pensar que podemos ganarle a la distancia y el tiempo.

Este día casi todos los participantes del tour salen hacia Buenos Aires en vuelos diferentes. Yo ocupo mi mañana escribiendo, anotando todo lo que me toca hacer después de terminado el tour. Pienso : una hora antes en el aeropuerto es suficiente, y conociendo a los argentinos, quizás el vuelo no salga puntual. Pero los participantes se van tempranísimo al aeropuerto pensando que tienen que estar tres horas antes. Es que tenemos bicicletas, muchas maletas que embarcar, dicen. Así que ellos se van a las nueve de la mañana a esperar el vuelo de la una de la tarde. Yo a las doce del mediodía recién salgo al aeropuerto, que es pequeño, y cuando llego los veo allí aburridos esperando, esperando.

Y el vuelo se retrasa media hora más.

Desde la sala de espera le toman una foto a un avión que está despegando, con algunos de nuestros compañeros allí adentro saliendo para Buenos Aires, en otro vuelo, el de Aerolíneas Argentinas. “Para dársela de recuerdo a los que van en ese avión”, me dicen y yo me río sarcásticamente.

Hasta hace un día tomábamos fotos de nuestros compañeros sentados sobre bicicletas, ahora en los aviones, en esas cápsulas de acero.

Ya cuando nos toca a nosotros despegar, aterrizamos en El calafate, luego Buenos Aires. Y por la ventana vemos el camino que hemos pedaleado. Y no lo creemos. It’s impossible, diría alguien por allí. Recontra impossible. Cuando lo imposible se hace posible. Y la l{inea negra de la ruta 40 se dibuja recta como en google maps, y veo una casita en medio de la pampa y recuerdo los días difíciles en Las Horquetas, Bajo Caracoles, Tapi Aike.

Ahora es tan fácil en el avión que prefiero hacerlo en la bicicleta.

martes, 14 de diciembre de 2010

El final de los 11 mil kilómetros, Ushuaia Fin del Mundo

Agota en la meta
 Día con sol, las nubes vuelan sobre nuestras cabezas. Una etapa muy dura. Mis piernas no responden. Motivación por los suelos. No me siento fuerte hoy, el último día.

Pero pedaleo los últimos 105 kilómetros hasta Ushuaia. Y cada vez que aparece un letrero en el camino con la distancia por recorrer, me alivio, me siento mejor, aunque las piernas no respondan como siempre por el frío. Mis pensamientos me dicen ya quiero llegar; ando sin ganas.

La más fuerte del grupo, una suiza de hierro, me anima y me ayuda a pedalear contra el viento. Me pego a su rueda trasera y pedaleo con todas mis fuerzas. Al principio la sigo bien , pero al poco rato me agoto y bajo la velocidad. Lea, la suiza, es la única que ha recorrido todo al cien porciento.

El fin del mundo, ¿cómo es? 

Después de pasar las montañas nevadas , el día anterior nevó aquí, aparece Ushuaia, la ciudad más austral del mundo. se extiende en una bahía sobre las faldas de unos cerros, barcos encallan en el puerto.

Los ciclistas nos detenemos en el letrero de ingreso a la ciudad. Fotos aquí y allá. Algunas sonrisas, otros llantos, todavía faltan siete kilómetros para llegar. El “finish” está en el puerto.

Continuamos pedaleando. Sabemos que son los últimos kilómetros. Intentamos acompañarnos en los últimos kilómetros. Abrazo al viejo Ernst desde la bicicleta, que pedalea con una pierna. Le digo: “¡Dos cervezas a nuestra llegada!”.

El viento nos coge a medio camino, justo a la entrada al puerto, también la lluvia, pero ya no nos importa, ya no importa si nieva o truena, llegamos a Ushuaia, al fin del mundo, por fin, después de once mil kilómetros en bicicleta.


***

con los veteranos, Peter Dressen y Ernst, los científicos
locos, el submarinista cervecero
Ver el mapa de nuestro recorrido a nuestra llegada es recordar todos aquellos kilómetros a lo largo de la ruta. Pero ver la distancia es impresionante. Desde la línea ecuatorial hasta la punta más al sur del continente... Montañas y más montañas.

¿Cuál fue el día más duro?

Por supuesto las respuestas son diversas, depende de cada ciclista, de cómo se sienta... pero muchos recuerdan el día a Cerro de Pasco en el Perú como el día más duro. La altura y la lluvia que los agarró a cuatro mil metros de altura... muchos llegaron de noche , en la oscuridad, escoltados por la policía. Y renegaron por la poca agua que había en la ciudad (y el hotel), siempre. Llegaron muertos, casi muertos.

Otro día duro fue el viento en el altiplano boliviano, día en que muchos terminaron tragándose la arena , que soplaba tan fuerte como en el Sahara. Una lucha constante contra la ráfaga de la naturaleza. Terminamos refugiándonos en la iglesia de un pueblito perdido y sin luz. Algunos se enfermaron aquella tarde del estómago. Y terminaron renunciando a los once mil kilómetros. Cuatro se fueron a casa, el resto continuó pedaleando.

Pero los ciclistas también recuerdan los días en la Patagonia, la tormenta de nieve en la frontera Argentina – Chile. Treintaicinco interminables kilómetros hacia Torres del Paine.

Y los inútiles días sobre la pampa. Viento en contra, constante. Y sólo bushcamp, campamento a la intemperie.

Si me preguntan a mí cuál fue mi día más duro, diría “el último día”. Mis piernas no respondían, mi mente tampoco. Y la presión de llegar temprano a Ushuaia me ganaban.

Aunque , ahora que lo pienso, tambén hubo otro día duro muy duro : el Parque nacional Huascarán. Trepar hacia los cinco mil metros de altura con el cerebro fuera de tu cuerpo (por culpa de la altura) fue durísimo.


Con Edson, mi compañero, mi hermano,
el gran cocinero ;)

No hay nada más gratificante que haberlo hecho, conseguido, logrado, terminado. La más fuerte del grupo, Lea Degen, diría : “Tú puedes, no existen peros”. Y esa frase se me quedó grabada. Uno puede fácilmente subirse al vehículo de apoyo del tour, renunciar a medio camino, decir mis piernas no dan, mi mente tampoco, no soy fuerte o algo parecido. Estas experiencias lo encaran a uno consigo mismo, son pruebas duras de fortaleza y voluntad. Pero el conseguir completar una etapa a pesar de la dureza es sumamente gratificante.

Terminamos el Andes Trail con un sentimiento de satisfacción. Algunos dicen que en el fondo querían terminar pero a la vez seguir viajando. Otros tenían la esperanza de ver a sus seres queridos después.

Hacer un viaje de esta envergadura es como vivir en el paréntesis. Uno convive con un grupo de cuarenta personas por 120 días. Uno se pelea, se alegra, se frustra, se emociona, con ellos siempre. Incluso nos importa el qué dirán, nos encaramos contra nosotros, conocemos nuestros miedos y alegrías. Y al llegar a la meta, todos, ese grupo de cuarenta, se dispersa en cuestión de horas. La felicidad de la meta, pero la tristeza de la partida. Y después uno se pregunta : ¿Y qué significó para nosotros convivir con esta gente? Desde los más renegones y quejones hasta los más positivos y valientes, ¿qué significó? Nunca más veré a esa gente, o quizás en algún lugar, en el facebook que está tan de moda. ¿Qué quiso decir? Cada uno tendrá una respuesta diferente. Quizás el aprendizaje de vivir


***

Los ganadores al 100%
 
Sólo dos personas consiguieron montar cien por ciento el Andes Trail. Un hombre y una mujer. Peter Beullens de Bélgica y Lea Degen de Suiza. Los ganadores del 2010.

El último día a Peter se le quebró la rueda trasera de la bicicleta. A medio camino , el sistema de cambios se le destrozó y los rayos también. Tuvo que prestarse la bicicleta de un participante para poder continuar hasta la meta. Peter consiguió el 100 %, su bicicleta no. Cuestión de suerte.

Y Lea, que para mí fue la más fuerte del grupo, mentalmente sobre todo, ayudó a los más lentos ese día (y confieso que ese día yo andaba re-lenta). “Tú puedes Susana, no hay peros”.

Lo curioso es que al llegar a la meta y celebrar con champán y bocaditos nuestra llegada, Lea y Peter se subieron al vehículo de apoyo del tour. No tenían ganas de pedalear el kilómetro de distancia hacia el hotel. Llovía a cántaros. Ese fue el único día que experimentaron el camión de bomberos del tour.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sólo cuatro días


Falta poco para llegar al Fin del Mundo, sólo cuatro días. Hoy llegamos a Tierra del Fuego, a una pequeña ciudad llamada Porvenir, el porvenir de la isla grande. Un pueblo de nada, con casas de madera de estilo inglés, mismo principios del siglo XX, con las puertas cerradas y poca luz. Estamos en un hotel a orillas del Estrecho de magallanes. Mañana nos espera un día de 160 km con ñandúes, guanacos y árboles bandera. Nuestros últimos kilómetros en el fin del mundo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Imágenes desde Torres del Paine (segunda parte)

Glaciar Perito Moreno, El Calafate. Una madrugada frente al glaciar.

El día más frío

La lucha contra el viento y la nieve. Rumboa Torres del Paine. El clima puede cambiar de un momento a otro aquí.

El ñandú con sus crías en Torres del Paine. Es primavera.

El viento se quiere llevar la bicicleta (!)

Caminar y caminar... el viento levanta la tierra.

Un hermoso paisaje desde el mirador de El Cóndor. Torres del Paine.





sábado, 4 de diciembre de 2010

Imágenes desde Torres del Paine (primera parte)

Tapi Aike. El dueño del pueblo es un hacendado que no quería que acampásemos en ninguna área del lugar. Al final acampamos en medio del viento. Una noche dura.

Camino a Torres del Paine, el parque nacional chileno. Aquí un stop en el Lago Serrano. Muchos cóndores planean en el horizonte.


Las Torres del Paine, unos macizos de granito de impresionante altura. Miles de turistas llegan aquí de diversas partes del mundo.

Recorrer Torres del Paine es como andar en safari.


A lo largo de la ruta nos encontramos con miles de guanacos (llamas) que pastan sin miedo al ser humano. Los guanacos son salvajes, imposible de domesticarlos.

Hermoso pedalear a lo largo del parque nacional. Hubo demasiado viento ese día.

Vientos del Polo Sur

El problema no es el viento sino el frío. El viento del polo sur, desde el sur-oeste, es heladísimo.

Que todo lo congela, nuestras caras, y nos lleva a cobijarnos en cualquier lugar.

Todo sopla : el pasto sopla, los árboles soplan, las nubes pasan a una velocidad nunca antes vista en el cielo. Cada vez que andamos en la bicicleta es una lucha larga y dura.

Y al llegar al campamento los más débiles preguntan primero (porque claro se subieron al vehículo del tour a mitad de camino, maricones ellos) si tienen camas en el lugar, y los más fuertes que llegan después también quieren una cama o un lugar protegido para su carpa. Y se encuentran con la sorpresa de que no hay nada para ellos. Que los más débiles escogieron primero, y los más fuertes tienen que ceder.

En el camping de Torres del Paine no hay cabañas. Sólo unos cobertizos (techos) donde uno se puede resguardar del viento y la lluvia, si la hay. Los ciclistas creen que todos los cobertizos del camping son para el grupo, pero el encargado indica que tienen que acomodarse tres o cuatro carpas por cobertizo. Y nos dan sólo 8 techos para todos.

Por supuesto, cada uno del grupo quiere , individualistas ellos, un techo por carpa . Arman un desorden en el campamento. Ocupan lugares no permitidos alegando que tienen derecho.

Algunos lloran, otros se enojan, dicen que no les importa, no escuchan, y se meten simplemente donde no les importa.

Ellos siempre creen que tienen derecho. Este trabajo no es fácil. Porque se comportan como niños. Si a uno le damos una coca-cola, todos quieren coca-cola.

Pero lo peor de todo es que los débiles no piensan en los fuertes. Los fuertes montan todo el día bicicleta y quizás tengan más derecho que los otros.

Sentido de comunidad, eso no existe en este grupo, y menos aún el sentido común, palabra que no existe ni siquiera en el idioma holandés (lo que dice mucho de su cultura). Quizás los cuatro meses sobre la bicicleta convierte a los individuos en egoístas.

Cruce de frontera

El 'hermoso' monumento de Cerro Castillo, el pueblo fronterizo chileno

Nieve en Cerro Castillo, frontera de Argentina y Chile, a unos pocos kilómetros de Torres del Paine, el Parque Nacional más famoso de América del Sur.

Los ciclistas luchan contra el viento, todo en contra. Nunca antes habíamos vivido este clima tan extremo.

Yo viajo en el vehículo del tour hacia la frontera, hay cosas que arreglar, siempre los documentos del vehículo, los pasaportes, las preguntas de los ciclistas.

Pero tenemos problemas. La cocinera del grupo, una holandesa de buen diente, tuvo la certera idea de contrabandear plátanos, naranjas, calabazas, brócolis en medio del equipaje. En Chile es prohibido ingresar productos agrícolas, lácteos y todo tipo de carne, desde otros países. Ellos protegen su medio ambiente y su propia industria de cualquier tipo de enfermedad exótica. Cada vez que se cruza la frontera los agentes revisan todo el equipaje y te preguntan así insistentemente “si tiene productos agrícolas, señorita”.

De pronto el carabinero nos dice : “Tienen que sacar todas las maletas”.

El clima terriblemente malo, tormenta de viento, tormenta de nieve. Todo en contra, los ciclistas están a medio camino.

¿Del vehículo? ¿Cincuenta maletas? ¿Sacar las maletas? Si en medio de las maletas están las verduras contrabandeadas que la cocinera quiere cocinar para los próximos días, en donde no se consigue nada de nada. Verduras, fruta (plátanos, sobre todo) y carne para alimentar a más de treinta hambrientos ciclistas.

“Tienen que pasarla por el escáner”.

Drama : los ciclistas dejan de pedalear porque el viento está tan malo y además la nieve que les cae en la cara. Mientras el carabinero entra al vehículo y encuentra la verdura, la fruta y la carne, digamos, de contrabando, aunque hayamos declarado que “tenemos productos agrícolas en el vehículo”.

Multa, multa de dos mil quinientos dólares. Tengo que abogar por la gente de aquí. Al final nada de multas, pero ver cómo meten al fuego tanta verdura, fruta y carne... qué tristeza, ver la comida de uno calcinarse, como si se quemara sobre la parrilla y fuera después imposible de comer, en una hoguera, en la frontera de Chile.

Y los ciclistas congelándose a medio camino, sin comida a su llegada.

Y nosotros viendo cómo queman la comida en la frontera.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Dormir en medio del viento

Aquí las tierras, estas explanadas de cien kilómetros a lo ancho, con ninguna tierra de cultivo, pastos de trinches gruesos, a veces un recinto, mucho alambrado , propiedad privada, tienen un solo dueño.



Este lugar se llama Tapi Aike y es algo así como un cruce de caminos. Sólo tiene dos construcciones pequeñas, una caseta policial y una estación de gasolina, y una enorme hacienda llamada como el lugar, quizás por eso le pusieron este nombre, Tapi Aike.

Pregunto en la caseta de policía si podemos acampar por una noche y protegernos del viento, señor, en alguna de sus instalaciones. El policía me mira, me pregunta de dónde venimos, la curiosidad usual, y después de unos segundos, de escuchar "somos treinta personas", me dice no.

Desalentada, me voy unos metros más allá. Cruzo una autopista, llego a la única estación de gasolina: dos casetas, una bomba de diesel, una pequeña tienda que vende gaseosas y otras cosas. Igual, el tipo me dice que es terreno privado, que aquí no se puede acampar.

¿Y la estancia?

La estancia, uno de esos lugares bien cercados con alambres y miles de jardines por aquí y por allá, y establos donde guardan caballos ovejas vacas y qué sé más, está escondida entre árboles que la protegen del viento. Paredes amarillas, techo rojo, miro por la ventana de la casa principal, una chimenea, la televisión, alfombra de lana, toco la puerta y nadie contesta.
Pero el dueño aparece, por otro lado.

Le pregunto muy educadamente : ¿Nos podemos alojar aquí, señor?
Me dice que "no" también, y después de una discusión de más de una hora, está muy cansado dice, que no quiere atender a nadie, nos señala la pampa y nos dice : allí pueden acampar, en medio del viento, a ras de la tierra.

Vuelvo al puesto policial, regreso donde el encargado de la estación de gasolina, también le toco la puerta a un señor encargado de la seguridad vial (¿cuál? ¡Si no pasa ningún carro!). Todos me dicen que no, que estas tierras son del dueño y que no quieren problemas.

Al final acampamos en la pampa y con viento y pienso en la solidaridad de la gente y en su cansancio.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Nueve días en la pampa

Caminos pedregosos y con viento obligan a caminar en varios tramos. Es difícil tomarle fotografías al viento.

Nuestro refugio hotel en Las Horquetas. Nada mal, ¿verdad?

Desaliento y cansancio. Con ese viento no se puede seguir pedaleando.

El refrigerio a medio camino tiene que encontrar refugio para poder ofrecer sus alimentos.

El letrero de bienvenida de Bajo Caracoles. Pueblo chico infierno grande.

Los pocos hoteles en Bajo Caracoles están repletos.

Autopistas que se pierden en el horizonte. Interminables.

Paisajes planosss...

Y carreteras a medio hacer.

Un refugio en medio de la pampa

Seguimos en estos nueve días en la pampa.

Después de Bajo Caracoles. Al día siguiente seguimos rumbo al territorio de la nada, mucha pampa y un camino de tierra y recto.

Y encima, en medio del viento (casi huracanado).

Después de todo el circo que se armó en Bajo Caracoles, con el problema de las camas y el hotel, uno de los directores del tour dice : esta noche vamos a acampar en medio de la pampa y de este viento.

Antes de salir a destino yo le consulto a alguien si por Las Horquetas hay algún refugio, aunque sea un muro que nos resguarde de las inclemencias del clima.

“Por allí están construyendo un hotel, quizás allí pueda encontrar un lugar donde resguardarse”.

Yo tengo que ir aquel día en el vehículo del tour para intentar conseguir un refugio para los ciclistas. El viento es demasiado fuerte, sopla sin piedad encima de esas planicies de tierra y algunas yerbas. Espero encontrar un lugar donde protegernos.

Proteger, esa es la palabra, las seguridades. La mayoría de este grupo no le gusta acampar y cada vez que pueden reclaman hotel. Pero éste es un viaje de camping y no se puede cambiar, además de que en la argentina, en estos parajes olvidados no hay nada, nada de nada, en cien o doscientos kilómetros alrededor.

Viajo en el vehículo de tour.

A ciento siete kilómetros encontramos una construcción de piedra; sin duda parece una antigua hacienda en plena reconstrucción / refacción. Nosotros nos detenemos para buscar a los encargados del recinto.

Entramos a todos los ambientes del lugar. Una sala, habitaciones, baños, cocina. Repetimos : “Hola, buenos días, ¿hay alguien aquí?”. Nada.

Después de unos minutos entramos al último lugar que nos toca revisar, pues con el viento noo se escucha mucho las voces o los gritos que uno pueda emitir, incluso los saludos.

Y salen dos tipos medio morenos de allí, dicen ser los encargados constructores del lugar. Les pido por favor que nos den algún refugio. Ellos me enseñan el lugar y me dicen : puede usar el salón (de unos quine metros de largo, ideal para armar nuestras mesas para la cena), y dos habitaciones y un baño.

Perfecto. Le ofrezco pagarle un monto por el favor que nos está haciendo. Perfecto.

Nosotros sacamos las mesas, la cocina, las ollas, la comida, todo listo para armar nuestro campamento. Incluso hacemos sopa, café, té. El salón es hermoso, de paredes de piedra y techo de madera.

A los pocos minutos llega una camioneta al lugar. Dos señores de cabellos grises salen del vehículo y entran a mirar lo que estamos haciendo. No nos dicen nada, sólo saludan. Luego, se van.

Los ciclistas empiezan a llegar, a armar sus carpas. Es gracioso, los de mayor edad llegan desesperados en el segundo vehículo de apoyo del tour, a encontrar un buen lugar para las carpas. Luego llegan los más jóvenes : quieren dormir dentro en las instalaciones del hotel. Aventureros de poco calibre. Invaden la sala sin preguntar e incluso se duchan en uno de los baños. Y eso no estaba permitido.

Llegan los dos tipos encargados del lugar nerviosísimos a hablar conmigo. El dueño acaba de venir y les ha pedido que salgamos de aquí. ¿Sacar a treinta personas? Que no utilicen nada de las instalaciones. Pero eso no habíamos quedado, pienso yo.

“Están ensuciando las instalaciones”.

Y lo comprendo.

Pero los tipos empiezan a hacernos problemas. Le digo: ¿por qué tu jefe no habló directamente conmigo? ¿cómo voy a saber si además era el jefe? Demasiadas preguntas.

Al final, no les hago caso, nos quedamos esa noche en el hotel. Eso sí, mandé a la gente a dormir afuera en sus carpas (nada de engreimientos). Y al día siguiente les pregunté a los tipos de dónde eran : "Bolivianos, señorita". Y querían más dinero.

Le pagamos lo que se merecía, osea poco.... y nos fuimos !!!

sábado, 27 de noviembre de 2010

Ciclistas engreídos en Bajo Caracoles




Bajo Caracoles, un poblado en medio de la nada, habitado por diez casas, dos hoteles, dos campings y una oficina de la policía. Nada mñas.

Nosotros llegamos, mejor dicho yo llego tirando dedo en medio de la carretera. El viento es demasiado fuerte en la pampa, y tengo que caminar para que el viento no me bote de la carretera con bicicleta y todo. Dos amables caballeros detienen su furgoneta y me llevan hacia ese poblado, Bajo Caracoles.

-¿Qué va a hacer usted allí? Ese pueblo no vale ni un peso.

- Allí están mis compañeros de grupo -le respondo, y le cuento la historia de los ciclistas y del Quito-Ushuaia-. ¿Y usted qué hace aquí? -le pregunto.

- Colocamos semáforos.

- ¿En el pueblo?

- Noooo -se ríe- en un lugar 300 km de aquí, pero para llegar allí tengo que cruzar tierra de nadie.

Llego a un hotel algo normalito para Bajo Caracoles. En el pueblo hay tanto viento que los pocos árboles crecen torcidos. Los ciclistas más veloces todavía no han llegado, claro, con la de viento en contra (y la tierra) se pedalea a menos de diez por hora. Pero en el hotel hay un grupo de participantes del tour que no la hizo completa, como yo, que se subió al carro para no sufrir con las pampas, las extensas planicies.

Todos , que son unos diez, han tomado camas en el hotel sin pensar en el resto del grupo que aún está montando bicicleta... típico de ellos, llegan a un hotel cuando en principio todos vamos a acampar y se agarran la primera cama que encuentran e inventan mil excusas para no armar la carpa (tienda de campaña) en medio del campo. ¿Pero dónde vamos a poner las carpas?¿A quién se le ocurre pedalear por aquí? ¿Por qué no ponen un bus en este trayecto?

Les recuerdo que este es un tour en bicicleta y no en bus. Y que para llegar a Ushuaia hay que pedalearlo todo. Me hacen renegar, ellos.

El dueño del hotel es un tipo buena gente, medio pelado, medio gordo, con cara de español, así la nariz redonda, roja, los ojos claros, panza grande. Compruebo que el lugar no ha cambiado mucho en los últimos años, que Bajo Caracoles es lo mismo, que es un pueblo fruto de una hacienda que alguna vez existió y que los dueños de los tres hoteles son tres hermanos que no se hablan y que compiten entre ellos. Y la hacienda se convirtió en esto : en un pueblo-chico-infierno-grande.

- ¿Tienen más camas? – le pregunto al dueño del hotel pensando en los otros participantes del tour, que aún no han llegado, y me dice que "no" sin darme otras opciones, sin nombrarme los otros hoteles (que hotel es palabra muy grande aquí, ah) que yo sé que existen y que son de sus hermanos.

Busco más camas para los participantes. El viento silba y dobla los pocos árboles de la villa. Yo corro al otro hotel, le pregunto al hermano del otro si tiene camas : “Todo ocupado”, me dice. Voy al otro hotel, es de mala muerte, camas que parecen orinadas y por poco ratas caminando de auqí para allá. No hay opciones en Bajo Caracoles, aunque son muchas para un-pueblo-chico-infierno-grande. “Es que aquí están las cuevas de las manos que fue declarado Patrimonio de la Humanidad”, me dice alguno por allí todo orgulloso por su cueva de las manos y los turistas (que son mínimos) que llegan aquí.

Los últimos ciclistas llegan al pueblo. Alguno llora porque quería una cama en el hotel y no acampar en medio del viento.

Aventureros a medias, eso es. Aventura con lujos.

Pero yo acampo y aquella noche, a pesar de escuchar el viento golpear contra el techo de mi carpa, duermo. Esto es parte de la aventura, de mi experiencia de viaje. Y de esa gente que descansa en el hotel.

Al día siguiente les pregunto si durmieron bien. Muchos me contestan que "no", que la cama era muy dura o blanda o qué sé yo.... y yo pienso si supieran ellos, el duro negocio del turismo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Carretera Austral (Chile)

 1.

Chile, un nuevo país.

Al cruzar la frontera un oficial de aduanas revisa el vehículo del tour. Después de arrojar a la basura algunos comestibles, como por ejemplo, verduras, fruta, carne y queso, nos dice :

“Esto no puede entrar a Chile, po”. Me enseña una rama de árbol desde el capot del camión.

“Esa rama vino por accidente”, le explico. La rama del árbol está enganchada a una bicicleta. “¿Por qué no puede pasar a su país?”, le pregunto.

“Porque es de Argentina”.

No entiendo (?)

El oficial de aduanas se sube al techo del camión y saca la rama. Me explica que alguna vez hubo una plaga en los bosques de Chile. La plaga vino de un tronco de árbol que trajeron unos argentinos al país. “Había un bicho en la madera”, concluye.

Después del control sanitario, y de la explicación de que en Chile están libres de la fiebre aftosa y de todas las plagas habidas y por haber, entramos a territorio chileno.

Aquella noche un participante del tour me dice : ¿y cómo controlan entonces a las aves que pasan de un lado al otro de la frontera con ramas para armar sus nidos?

No lo sé, no lo sé.

2.

Pero es cierto, en la Patagonia chilena hubo hace veinte años o más una plaga en los bosques, que los aniquiló, deforestó y hoy están allí sin hojas, con troncos secos, que ni los pobladores los usan para la leña. Un cementerio que contrasta con la vida alrededor de ellos, con otros árboles más jóvenes que crecieron gracias a la lluvia.

Este territorio llamado la Carretera Austral, es verde, está repleto de vegetación, lagos transparentes, ríos de aguas turquesas, plantas de hojas tan grandes como en los cuentos (uno puede usarlas como paraguas) y un camino sinuoso de tierra que conecta con los poblados más remotos. Un espectáculo natural muy diferente a la Argentina.

Aquí llueve, llueve fuerte. Pero hay mucho sol en nuestro primer día. Hace un calor de 30 grados. Parece verano. Nos vestimos con cremalleras de manga corta y shorts hasta la rodilla. A los pocos kilómetros el cielo se nubla, lluvia, viento... dificultad.

Hoy dormimos en Villa Vanguardia.


3.

La carretera austral es el mejor lugar para montar bicicleta. Subidas con la suficiente gradiente como para disfrutar de las ruedas sobre la tierra, descensos lo suficiente cortos como para coger un buen ritmo.

Al segundo día acampamos cerca a un glaciar. Pésimo día, lluvia por todas partes, pero un espectácutlo de lobos marinos en un fiordo, cerca a un oceáno.

El glaciar se llama el Glaciar Ventisquero Colgante. Hace frío, mucho frío. De todas maneras todos montan bicicleta y siguen disfrutando de los paisajes chilenos.



4.

Hoy descansamos en Coyhaique, un ciudad simpática en la Patagonia Chilena. Me pregunto si la gente aquí no se siente aislada. Pero luego descubro que hay tres vuelos al día a Santiago de Chile desde aquí. 

Los siguientes nueve días van a ser difíciles. Volveremos a la Argentina, a las pampas y la nada.   

Lago Rivadavia



No todo es como lo solemos recordar. Los recuerdos siempre vienen cargados de matices. A veces, un ideal.

Rememoramos un lugar de acuerdo al clic fotográfico. Esa foto tan bella, te dicen en casa tus amigos.
O también a cómo lo hayamos vivido desde un vehículo o una bicicleta o caminando.

Pero los lugares no vuelven a ser los mismos cuando se regresa por una segunda vez. Simplemente son diferentes, otras experiencias, otra gente.

Y eso me sucede en el Lago Rivadavia, hoy.

Foto de postal : yo hace dos años sentada sobre el tronco de un árbol muerto, que creció torcido y metió sus ramas dentro del lago, el agua de glaciar.

Hoy : el árbol sigue allí pero invadido por personas que se sientan sobre él. “Parece un animal prehistórico”, dice alguien por allí.

Y yo ya no tengo mi momento íntimo con el árbol ni con el lago ni con esos bosques de alerces, árboles viejos con troncos gruesos. Mucha gente, demasiada gente. Otra experiencia.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El ojo de bife


Casi en la cola de América del Sur. A pocos kilómetros de Ushuaia la ciudad más austral. Ingresando a pasos agigantados hacia el fin del mundo.

Ahora estamos en la región de los lagos, en la ciudad de San Carlos de Bariloche (Argentina), a 2700 kilómetros de Ushuaia. Nos quedan cuatro semanas en nuestra ruta. El tiempo ahora sí pasa volando como el viento que sopla muy fuerte en estas regiones y nos quiere llevar volando.

Bariloche es una ciudad al pie de un enorme lago de aguas transparentes llamado Nahuel Huapi.

Estamos alojados en un buen hotel. Desde mi habitación puedo ver el lago. Y disfrutar el atardecer. Este sí fue un buen día de descanso.






En nuestro próximo itinerario viene Chile y su carretera austral. La carretera austral es muy famosa por ser la más aislada del país. Pinochet la construyó para unir a los pueblos del sur. Allí estaremos dentro de tres días, el domingo, en una de las zonas más bellas de Chile. Siete días de ruta hasta Coyhaique.

Esta noche hemos comido un bife argentino en un restaurante demasiado bueno "Tonys". El cocinero, un tipo llamado Tony, es un gordo pasado de kilos que de profesión debe ser carnicero. Corta la carne con un enorme cuchillo bien afilado y sus manos grandes y gruesas no tienen reparos. Hoy me comí casi una vaca entera, creo que me sirvió medio kilo de "ojo de bife". ¿Qué es eso? Un pedazo de carne que viene de la nalga de la vaca, y que ocupaba la mitad de mi plato (parecía el Matterhorn o Alpamayo en carne). Me costó mucho tiempo poder conquistar la cima de esa delicia sobre el plato.

Mañana salimos a las nueve de la mañana hacia El Bolsón, un pueblo de hippies argentinos, y aquí en la oscuridad de Bariloche, frente al lago, espero que el ojo de bife digiera lentamente por mis intestinos.

domingo, 7 de noviembre de 2010



El viento, siempre el viento, famoso en Patagonia.

De Las Lajas a Aluminé, dos poblados al borde d la cordillera de los Andes, en Argentina, donde las montañas no son demasiado altas, y el viento, el insoportable, absurdo, fastidioso viento, pasa desde tierras chilenas, que están muy cerca, hacia las argentinas, y forma tormentas de tierra, lluvia, nieve, por la diferencia de temperaturas, frías y calientes,

Y obstaculiza el pedaleo.

El viento sopla de oeste a este.
Pero hoy vamos en dirección contraria. Tenemos que cruzar una carretera que lleva de este a oeste. Con el aire en la cara, en los brazos, las piernas, las ruedas de la bicicleta. Con uno de los cuatro elementos agolpándonos nuestro cuerpos en dirección a Ushuaia, al fin del mundo. Como si esa fuerza de la naturaleza se estuviera vengando de nosotros.

A cuarenta kilómetros vemos una señal de tránsito : viento.

Hacemos una curva y no hay nada que hacer. Algunos lo cruzan caminando. Otro pedaleamos sin amor, mientras que otros renuncian, se suben al vehículo de apoyo del tour y lanzan improperios, dicen esta mierda, a qué nos han traído, al Andes Trail, a este viaje al fin del mundo, cada vez más difícil y con trochas y subidas y encima el viento que jode esta etapa.

Después de la curva a agarrarse de los manubrios. Pedalear a 5 kilómetros por hora y esperar llegar al refrigerio.

Pero aparece uno de los paisajes más bizarros y hermosos de la ruta.

Araucarias en masa. Que parecen palmeras a lo lejos (pero son pinos), con troncos altos y gruesos, y las ramas en sus copos.

Pino Hachado. El mismo nombre lo dice. Un poblado argentino al lado de la frontera con Chile, que en los inviernos está cubierto de nieve y en la primavera sol y nubes cargadas con chubascos.

- Aquí no para de soplar todo el año –me dice una señora, dueña de un restaurante.
- ¡Es usted de aquí?
- Sí, poooo -me dice, con un acento medio achilenado, le pregunto si es argentina y me dice sí-: Aquí todavía se vive una vida sanísima, no como en las ciudades y los poblados grandes... aquí se es hombre todavía, po.

Después de Pino Hachado vamos hacia Aluminé. El viento en la cara, al costado, luego a la espalda. Cruzamos una cordillera, trempamos hasta la nieve (entre las araucarias) y después un descenso de 60 kilómetros en trocha. Suave el descenso pero con viento a la espalda.

Y llegamos al Lago Aluminé, vemos un cóndor planear a lo lejos. Asfalto. El camping.

Hay que saber cómo vencer al viento y a la vez aprovecharse de él. Un verdadero reto.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Chos Malal done !

El día a Chos Malal sólo 10 ciclistas consiguieron completar la ruta. ¿Por qué? Por una combinación del camino de ripio, a través de un volcán, y el viento, extremadamente fuerte en las alturas.

Confieso que completé la ruta, una de las pocas y que disfrute del ripio. Me encantan las trochas y cada vez que estoy en ellas me siento en casa.

El camino trepaba la cordillera entre dos volcanes que me hacían recordar a los volcanes de Arequipa, el Chachani y el Misti. Por el fuerte viento y la mala condición de la ruta habían momentos en que debíamos caminar. Y otras en la que el viento casi nos botaba de la ruta.

Pero lo logramos. Mi drama de Chos Malal está curado. Llegué a la ciudad con energías. Feliz de poder vencerle al viento.

Mi padre

Anoche soñé con mi padre. Soñé que regresaba y que quería volver a casa. Estaba vestido como siempre, con su camisa crema y su chompa roja de alpaca.

Lo vi nítido en mi sueño. Habìa llegado con una mujer italiana. Lo vi tan feliz. Me dijo : elige una habitación para ti que vamos a volver a vivir en la misma casa.

En mi sueño empecé a imaginar la casa. Vi las habitaciones de nuevo, aquellas en las que jugué de niña con mi hermano. Le dije : "Quiero dos, una para dormir y otra para armar mi estudio/biblioteca". Me dijo perfecto.

Despierto.

Le comento a alguien mi sueño. Ese alguien me dice “hoy es 2 de noviembre, día de todas las almas”.

Así he vivido a mi padre el día de hoy.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Patagonia

Hoy salimos hacia Barrancas, vamos a cruzar el límite de la Patagonia.


Oficialmente La Patagonia empieza en la provincia del Neuquén.

Cien kilómetros en trocha y asfalto me recuerdan de algún modo a las carreteras que llevan de Arequipa a Mollendo. No sé si son los volcanes, las quebradas o la sensación de viento.

Después de varios kilómetros sobre una trocha mal mantenida, entramos al asfalto. Cuento un alrededor de 30 volcanes a mi alrededor, de grandes a pequeños, de todos los tamaños. La pampa es hermosa, pero el viento empieza a hacerse presente por todas partes. Veo las nubes y parece que se hubiesen volado , esparcido su blancura a lo largo del cielo, como si el viento se las hubiese querido llevar bien lejos.

Felizmente el viento no me afecta mucho. Pedaleo y pedaleo antes de que empiece a hacerse más fuerte.
Un camión me pasa en la pampa, pero yo lo paso en el descenso.

Un río, el río Barrancas, provincia del Neuquén, el viento, la Patagonia, por fin.

La Pasarela

Pampas Un volcán aparece a medio camino

De Malargüe a La Pasarela. Uno de los caminos más bellos de la Argentina. El principio de una serie de etapas que conducen al fin del mundo, La Patagonia.

Salimos de Malargüe, un poblado de esquí, de 23 mil habitantes, en las faldas de una región volcánica. Hoy he contado unos 17 volcanes a lo largo de la ruta.

Trepamos hasta los 1,500 metros de altura, y empezamos el descenso más alucinante de mis últimos tiempos. A 40 km por hora, en ripio.

Después seguimos el río Grande de esta región, pues en la argentina hay muchos ríos grandes.

Terminamos el día en un camping al lado de la carretera, metidos en una estancia de unos comuneros apellidados Quinteros. Ellos son muy amables, nos recuerdan de hace dos años y nos invitan a tomar un mate dentro de su casa.

Uno de los participantes del tour quiere un sombrero. Me pregunta a mí por uno. “Me gustaría tener un sombrero del dueño de esta casa, un sombrero usado”, me dice. El dueño de la casa dice que tiene uno , que encantado se lo vende. A cien pesos.

Al final, el participante, un australiano que acaba de unirse al grupo, con su hija, dice : “Tengo el sombrero de un gaucho”.

Los paisajes, la alegría de la gente, esas son las cosas que motivan. Mañana otro día, otra mañana.

domingo, 31 de octubre de 2010

Chos Malal

Estamos en un poblado llamado Malargüe, un resort de ski al sur de Mendoza.
Dentro de dos días llegaremos al límite de La Patagonia, el famoso territorio del fin del mundo.

La primera ciudad en La Patagonia es Chos Malal, en la provincia de Neuquén.

Hace dos años monté bicicleta a Chos Malal por la ruta normal, la carretera Ruta 40.
Fue el peor día en mi vida de ciclista. Viento por todos lados. En ascensos, descensos, curvas, rectas, montañas, desiertos... el día más largo de todos.

Este año pienso volver a montar bicicleta a Chos Malal. Vamos a atravesar un volcán. Trepar por un camino pedregoso entre parihuanas. ¿Qué me irá a esperar? Espero que mi motivación mejore en estos días. Y que pueda montar bicicleta en La Patagonia.

Qué buenos días me esperan : La ruta de los lagos, Bariloche, la carretera austral en Chile.... extraordinarios días que me mantienen pedaleando en la bicicleta.

La belleza de la nada

Una tarde un señor llamado Pedro, un tipo de 65 años, que trabaja en la Cern en Suiza, entra al campamento enojadísimo. Pregunta por qué tiene que andar por esas rutas tan aburridas. Yo le digo : para estar más cerca de la naturaleza. Rutas en medio de la nada. Que también tienen una belleza.

Cansada rumbo a Ushuaia

Después de unos días de descanso en Salta llego a Chilecito, en Argentina.

Chilecito es una ciudad pequeña en el norte del país. Tengo que hacer malabares para llegar allí, coger un bus interprovincial que me acerque lo más posible a ese poblado, en la provincia de la Rioja, a mil kilómetros de distancia de Salta. Después de varias horas en el bus hacia la capital de la provincia, tomo una combi hacia este poblado. Hace demasiado calor. Y la gente duerme su siesta.

Confieso que me cuesta mucho volver al ritmo de la bicicleta. El grupo está alojado en un hotel de la ciudad. Todos me saludan emocionados al verme. Las típicas preguntas : ¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho en Salta? Las respondo tímidamente.

Al día siguiente enrumbamos hacia el sur, ahora nos toca alcanzar Mendoza, en seis días con sus noches.

El primer día alcanzamos un poblado llamado Villa Unión, en medio de un desierto caluroso. Atravesamos unas montañas de rocas rojas en las que se ven cóndores planear en las alturas. Acampamos en un campamento de Aca (Automóvil Club Argentino) que está de menos. Allí nuestra nueva cocinera, Ellen, muestra sus dotes gastronómicas y nos prepara un excelente pollo al curry.

El ritmo de Bike Dreams es muy intenso. Todos los días nos levantamos a las siete de la mañana, desayunamos, subimos a la bicicleta y pedaleamos más de cien kilómetros. Llegamos al campamento, comemos y dormimos. Y al día siguiente el mismo ritmo.

Al día siguiente continuamos hacia San José de Jáchal. Dejamos la provincia de La Rioja y entramos a San Juan. En Jáchal dormimos en un pequeño hotel. Y sólo quiero comer y dormir.


De Jáchal seguimos ruta hacia Tocota, un puesto de control militar, desolado en medio de la pampa. Allí recordamos nuestros tiempos en el Perú y Bolivia, en la altura y el frío. Las carpas amanecen congeladas y yo también.

Extraño los días en el Perú, donde a cada kilómetro se ofrece algo nuevo, además los niños corren detrás de los ciclistas, dicen hola al unísono, y en cada poblado hay gente curiosa que pregunta de dónde venimos y hacia dónde vamos.


Aquí no. Todos duermen la siesta cuando llegamos a los campamentos y hacen vida nocturna, incluso los niños, cuando nosotros nos vamos a dormir. Sólo comemos y dormimos y al día siguiente nos levantamos de nuevo para pedalear.


Los paisajes argentinos son pampas inacabables, caminos rectos y sin fin. A siete semanas de llegar a Ushuaia, que es mucho tiempo todavía, confieso –de nuevo- que estoy cansada.

¿Llegaré a Ushuaia?

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